Andrea Robin celebra 5 años construyendo comunidad desde el cuerpo y el baile

Con pasos, caídas y miradas fieras, Andrea Robin ha tejido una escena ballroom en El Salvador. Desde su taller de vogue, guía a otres a encontrar lo que ella misma encontró: libertad en el movimiento.

Al fondo del parqueo iluminado por las luces brillantes y los pulsos de música de Reburra, alguien cae de espaldas con elegancia milimétrica. La caída, ensayada hasta el agotamiento, dominada por el cuerpo, se llama “dip”. Y aunque parece una acrobacia, es un acto de afirmación. Es la manera en que une cuerpa disidente le dice al mundo estoy aquí, y ocupo este espacio con orgullo.

Ese fue solo uno de los gestos que convirtieron la noche del 20 de junio en algo más que una presentación de fin de curso. Fue un Miniball como lo llaman los organizadores, el evento de cierre de los talleres de vogue y arte drag organizados en el Centro Cultural de España en El Salvador (CCE), y una de las expresiones más visibles y sentidas del sueño materializado de muchas personas de la comunidad LGBTIQ+. Personas que durante décadas han vivido al margen de lo visible, ahora se paran en el centro, se visten de lentejuelas, se maquillan sin pedir permiso, y bailan como si nadie pudiera detenerles. Porque nadie puede.

Andrea Robin ha hecho del vogue una herramienta de expresión, cuidado y comunidad para les que buscan moverse con orgullo en un país que aún castiga la diferencia. Foto: Mediana

Desde hace cinco años, Andrea Robin lidera el taller de vogue en el CCE. Cada edición es más grande. Este año se inscribieron 48 personas, aunque solo unas 25 asistieron constantemente. “Siempre pasa lo mismo”, dice Andrea riendo. “Pero estos dos últimos años se ha inscrito mucha gente”. Eso ya dice que algo está cambiando.

El taller es intensivo. Son cinco días, dos horas diarias. Ahí se aprenden los fundamentos del vogue: hands performance, catwalk, duckwalk, floor performance, spin and dip. Pero también se aprende la historia. Que esto nació en Harlem, en los márgenes, en las sombras de los clubes nocturnos donde las comunidades negras y latinas queer inventaron su propia pista de baile, su propio modo de vivir. Se aprende sobre los balls, las categorías, la música, la ética del cuidado y el respeto. Porque esto es cultura, es historia, es resistencia, y por supuesto es baile.

“Liderar estos espacios es una gran responsabilidad”, dice Andrea. “Trabajás con la vulnerabilidad de las personas. Tenés que cuidarles, porque están experimentando algo que no hacen todos los días, por miedo o porque la sociedad no te lo permite. Para mí, el vogue fue libertad. Y mi por qué, desde entonces, es ayudar a les demás a encontrar lo mismo”, reflexiona.

El CCE se convirtió en un escenario vivo donde el vogue tomó cuerpo, voz y sentido, abriendo paso a una celebración colectiva de identidad y resistencia. Foto: Mediana

Esa noche, el parqueo del CCE se transformó por las luces, la música, y por la gente. Gente de todas las edades, con trajes DIY que desafiaban la lógica y celebraban el exceso. Gente tímida que solo vino a ver, y gente atrevida que no temía al centro de la pista. Gente diversa, curiosa, genuina. En un país como El Salvador, donde la diferencia todavía se paga caro, esta escena es revolucionaria.

Ahí estaban les participantes del taller de arte drag, guiades por Alexa Evangelista y Luna Lavruja. Ahí estaban les que han estado desde el principio y también quienes apenas daban sus primeros pasos en heels. Ahí estaban los que ya formaron sus propias casas, como en los ballrooms de Nueva York. Gente que encontró en este espacio una razón para seguir adelante, una red para no sentirse soles, una comunidad.

Este Miniball fue también una reafirmación del valor de los espacios seguros. El CCE ha sido cómplice y soporte desde el primer año. “Su apoyo ha sido crucial”, dice Andrea. “Gracias a ellxs tenemos un lugar para bailar, para crecer, para existir. Sin ellos, esto no hubiera sido posible”, puntualiza.

Desde hace cinco años, el CCE ha abierto sus puertas a la cultura ballroom y a las disidencias, apostando por el arte como forma de inclusión y resistencia. Foto: Mediana

No es fácil construir comunidad desde los márgenes. Pero lo que ocurre aquí, cada año, es la prueba de que sí se puede. Que la cultura ballroom, nacida desde la exclusión, se ha convertido en un vehículo de libertad para muches. Que hay una escena viva, pequeña pero poderosa, que baila y transforma.

En un país como el nuestro, tan conservador en sus estructuras, estas expresiones siguen siendo profundamente políticas. Reivindican no solo el derecho a existir, sino a brillar. Porque al final eso es el vogue, una coreografía del deseo, una estrategia de supervivencia, una fiesta contra el olvido. Esa noche, cuando les finalistas de cada categoría recibían gritos, aplausos y abrazos, no quedaba duda, no volveremos a escondernos.

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