¿Entre el lujo y la colectividad, quién puede hacer fotografía analógica en El Salvador?

Mientras la imagen digital se produce y se consume a velocidad récord, en El Salvador hay fotógrafos que eligen esperar. Conversamos con distintas generaciones para entender los procesos, los espacios y las razones que mantienen viva la fotografía analógica en el país.

Nota aclaratoria:

El presente texto se centra en la fotografía analógica en El Salvador desde sus espacios, procesos y formas de colaboración. No busca elaborar un listado de figuras prominentes ni trazar trayectorias individuales, sino comprender cómo comunidades, laboratorios, colectivos y personas han sostenido, y resignificado, esta práctica. Las y los fotógrafos cuya obra ha sido fundamental para el país merecen estudios propios y dedicados. Aquí, en cambio, el enfoque es la experiencia compartida, el acceso y las dinámicas que posibilitan esta forma de hacer imágenes.

A grandes rasgos, podríamos dividir la existencia de la fotografía analógica en dos momentos, desde sus orígenes con el daguerrotipo en el siglo XIX y una segunda fase en los ya avanzados dosmiles. Esta segunda etapa tuvo que coexistir con la fotografía digital, un medio que, al menos en términos de mercado y cultura visual, parece haber alcanzado un punto de saturación. Son diversos los motivos que la llevaron al mainstream, desde figuras como Kendall Jenner y Zendaya popularizando el uso de las Contax, hasta su uso en producciones estadounidenses como Euphoria, serie donde utilizaron Kodak Ektachrome de 35 mm para su segunda temporada. 

La escena creativa de El Salvador lleva un par de años siendo parte de lo que podríamos denominar “nueva ola” de la foto analógica. A través de espacios, colectivos, comunidades y personas, se desarrolla un discurso de varias capas, donde arte, consumo, acceso, entre otros, corean a varias voces este episodio creativo del país.

El leve desenfoque no es un error, sino parte del proceso. En la fotografía analógica, la imagen se construye entre lo que se anticipa y lo que el rollo decide revelar. Foto: Iván López / Ludum.

Para la creación de este texto, platiqué con entes involucrados con este hacer. Cabe mencionar que no son los únicos que la practican en la actualidad en territorio salvadoreño, por lo que estoy segura esta narración puede extenderse aún más. Su presencia en este escrito está determinada por el objetivo de crear comunidad a través de la fotografía analógica. Estos son Roberto Anaya, fundador de Fotina Lab; Camarita Vieja, colectivo de fotografía; Iván López de Ludum, laboratorio de revelado, y Federico Krill, antiguo miembro del equipo de La Casa Tomada del Centro Cultural de España, donde tuvo lugar años atrás un cuarto oscuro comunitario. Generaciones distintas (gen z, millenials y gen x) con un punto de interés en común.

Breve historia reciente de la foto analógica en El Salvador.

Hay lugares que tienen ganado su espacio en la sala de la fama de la fotografía en el país, tales como el mítico Foto Estudio Flores en el Centro, o Studio light en el Paseo Escalón. Asimismo, fotógrafos de escuelas, de colonia, estudios de foto al minuto entre muchos otros más, forman parte de los recuerdos colectivos de muchos. El paso a lo digital desplazó muchos de estos espacios, y los que sobrevivieron, tuvieron que adaptarse a las nuevas tecnologías. 

Los lugares dedicados al revelado de rollo escasearon y no se especializaban tal como lo cuenta Roberto Anaya “nunca se acostumbraron a brindar un servicio para profesionales de la foto, no revelaban en blanco y negro, solo los que revelaban tamaño cédula”. Cuenta además en como en uno de estos pocos lugares, vio cómo secaron uno de sus rollos frente al ventilador para acelerar el proceso. Lo ideal es dejar que se sequen al natural. El resultado fueron fotos que define como “reventadas”.

En esta secuencia, el rostro aparece y desaparece. Cuando ya no está, el techo de palma ocupa el encuadre. Memoria, intimidad y ausencia como parte del archivo personal. Foto: Federico Krill.

En lo que pareciera ser el ocaso de la foto de película, en los años 2015-2016, surgieron dos iniciativas que promovían este oficio: el laboratorio de revelado El Fototaller y el cuarto oscuro de La Casa Tomada. El primero comenzó siendo un espacio lúdico para Iván Guevara y Roberto Anaya. Ambos siendo parte de Altare, que se especializaba en fotografía de boda, veían en lo analógico una forma de seguir haciendo fotos. Lo digital, inmediato y masivo de sus trabajos frente a lo físico, lento y limitado del rollo. En el 2019 Iván partió para Alemania, y Roberto trasladó el equipo de laboratorio a Quezaltepeque con el nuevo nombre de Fotina Lab. Aquí comenzó a revelar y a imprimir, siempre como un ejercicio alterno a su habitual oficio de fotógrafo.

En La Casa Tomada se instaló un cuarto oscuro, junto a otros espacios de creación artística. Es aquí donde Humberto Bermúdez (quien ya le revelaba a figuras como Christian Poveda) y Victor Hugo Portillo Cruz imparten un taller de revelado. A cargo del laboratorio queda Reynaldo Rodríguez, y era subsidiado por el Centro Cultural de España. El costo de uso del espacio era únicamente de los materiales. En los años que funcionó, quienes hicieron uso de este espacio eran millennials y generación x. Para ese entonces Federico Krill tenía un espacio de producción audiovisual junto con Enrique Alarcón llamado Estudio 179. Aunque su actividad principal ha sido la imagen en movimiento, el llamado hacia lo fijo analógico fue algo orgánico. Federico, o Kito para quienes lo conocemos, nació en los 70s, por lo cual sus acercamientos a este tipo de fotografía fue más por inercia. Sus motivos para visitar el cuarto oscuro estaban guiados por una curiosidad infantil, que encontraba en su adultez familiaridad en estos otros procesos. Aunque La Casa Tomada fue un lugar bastante necesario en este país donde las culturas y lo comunitario tienen heridas, cerró sus puertas en el año 2019.

Dos siluetas a contraluz recorren el espacio expositivo "Archivo personales", organizado por Camarita Vieja, en la Nave Cine Metro. El evento funcionó como punto de encuentro para una comunidad en formación. Foto: Camarita Vieja.

Mucho se habla sobre las transformaciones en las maneras de vivir a causa del COVID 19. Roberto Anaya, presenció en esta época un despertar colectivo de la foto analógica. Pasando de revelar para determinados y adultos clientes como Claudia y Harry Washington, Javier Cristiani, entre otros, la pandemia trajo consigo juventudes interesadas en la foto de rollo. Lo único constante a partir de este momento en adelante, es que la mayoría de sus usuarios pertenecen a la clase acomodada.

Con los años y la evolución del internet como herramienta de conexión, surgieron grupos como el de Fotografía analógica de El Salvador y  El centro hace clic, quienes en espacios virtuales y presenciales se interesan en crear comunidad en torno a. De iniciativas como estas surgen coleccionistas, fotógrafos casuales, exposiciones, y más formas de concebir la foto, tanto analógica como digital. 

Autorretrato de Roberto Anaya. Reflejado en el espejo de un parasol, el fotógrafo se integra a la imagen. La fotografía analógica como ejercicio de observación y pausa, incluso frente a uno mismo. Foto: Roberto Anaya.

Es en el 2022 cuando Roberto Mayorga, Lula Lecha, Mauricio Salguero, Mariana Cabrera, Natalia Mendoza y Carlos Siri, se juntan para formar Camarita Vieja, que es un colectivo que tiene como objetivo crear comunidad a través de la fotografía y otros medios de expresión artística. En el ojo público se les asocia más con lo analógico, debido al éxito en actividades como un photowalk en el 2024, un Meetup analógico en el 2025, y su primera exposición “Archivos personales” en agosto de este mismo año. Lo constante ha sido el protagonismo en el uso de la película y de las cámaras como medio de creación.

En agosto de 2023 Iván López de 16 años en ese entonces, comenzó con la fijación por este tipo de expresión, y es en enero de 2024 cuando nace Ludum, un laboratorio de revelado fundado por él mismo. Es necesario recordar que iniciamos esta retrospectiva con generaciones más grandes que la de Iván, por lo que el desarrollo de su relación con la foto analógica se da casi en su totalidad con escenarios más vinculados al internet, lo cual habla de una evolución de esta frente a vastedad de tecnologías. Dejó de ser anacronismo para seguir siendo actualidad. 

Declive y resurgimiento de la foto analógica

Clément Chéroux cuenta en La fotografía vernácula, cómo este pasatiempo nació siendo para gente rica, donde las fotografías de fantasmas y de efectos visuales eran su distintivo frente a la pintura o el dibujo. En la actualidad aunque se ha democratizado, la fotografía especialmente la de rollo, sigue siendo una actividad de lujo, solo para quien pueda pagarla.

Camino a El Mozote, Morazán. El trayecto de tierra y dos personas en bicicleta atraviesan el encuadre. En blanco y negro, la fotografía analógica registra el paisaje y la experiencia de estar ahí. Foto: Roberto Anaya.

Con el inicio de las cámaras digitales a inicios de siglo, comenzó el lento declive de la fotografía analógica. Si bien lo digital se integró de forma lenta en los espacios caseros o comunitarios por sus altos costos, su integración como “electrodoméstico” fue imparable. Luego vinieron los celulares y esa historia, llena de píxeles, lentes integrados y diversas tecnologías ya la conocemos. Las cámaras y los rollos fueron reemplazados por lo que daba albedrío, frente al hambre humana por registrar imágenes masivamente. Es aquí donde unos pocos afortunados pudieron hacer compras o intercambios por equipo en apariencia, desfasado. Cuenta Roberto Anaya que de esta forma logró comprar una Mamiya RB67 con su lente 90mm por $300, una cifra impensable en la actualidad por ese combo. Hay que mencionar que Graciela Iturbide, leyenda de la fotografía utiliza cámaras de ese mismo formato, así que definitivamente es equipo de grandes ligas. 

Para el año 2016, existe una contradicción, la fotografía de rollo estaba en declive como uso popular, pero comenzó a tener un auge de nicho. 

Existe el término “nostalgia”, que ha sido recurrente en mis pláticas con todos los involucrados. Esa nostalgia me atrevo a decir, no solo es por el aparato en sí, sino por la oportunidad de sus procesos manuales, “artesanales”, aún si se trata de un dispositivo resultado de la tecnología mecánica. La foto analógica no es solo la imagen resultante, es la cámara y el rollo, el sonido del obturador, y para quienes tienen suerte, la oscuridad y la emoción al revelar. Entonces la nostalgia ya no solo es por el producto obtenido, sino por tener el privilegio de estos estímulos en el proceso completo.

Retrato de Iván López (Ludum). A sus dieciséis años comenzó a revelar rollos. Hoy, su laboratorio es uno de los puntos de acceso a la fotografía analógica para nuevas generaciones. Foto: Iván López / Ludum.

Para Iván López, que nació y creció con dispositivos electrónicos y el internet como fuente de recursos, sí implica un “descubrimiento a pesar de que sea algo que ya existió”. Entonces aquí la nostalgia se convierte en un ejercicio diferente a generaciones como la de Federico o Roberto, que vivieron esta forma de hacer fotos desde la habitualidad. 

Es por estos motivos y estoy segura que desde lo individual, muchos más, los que despertaron curiosidad por esta actividad. Con espacios jóvenes como Camarita Vieja o Ludum, el acceso a estos procesos se extiende y populariza. Entre sus clientes y adeptos las edades y profesiones son variadas, desde los 18 a los 40 años, siendo los más jóvenes los más cercanos a ella. 

Hoy el acceso a esta forma de hacer fotos en El Salvador no implica nadar contra corriente. Hoy está al alcance de un teléfono, que indica dónde comprar, dónde revelar, dónde encontrar camaradería. Eso sí, como mencioné al inicio de este texto, dependerá de nuestro alcance económico. La fotografía analógica es un lujo.

¿Por qué nos gusta la foto analógica?

Aquí creo pertinente citar dos ejemplos que me parecen, resumen este gusto. Primero el de Federico Krill. Para él lo analógico, si se tienen los cuidados pertinentes, tiene el beneficio de no ser parte de la metadata. Y no lo dice por un afán ideológico, sino por uno que habla de intimidad y memoria. Al estilo de Hirayama en la película Perfect days, Federico Krill documenta su vida familiar no para redes o exposición, sino para apreciación personal y de quienes forman parte de su familia, de sangre y escogida. 

Perro corriendo en la playa, fotografía de Federico Krill. El cuerpo en movimiento irrumpe en un paisaje inmóvil. El contraste revela una de las tensiones propias de la película: tiempo, espera y azar. Foto: Federico Krill.

En el caso de Roberto, como ya mencioné antes, es una forma que tiene de abordar la fotografía desde otra perspectiva. Al ser fotógrafo de profesión, el flujo de trabajo de fotos digitales contrasta con su producción en película. El personaje analógico de Roberto busca paciencia y contemplación, más dirigido al arte, y en común con Federico, intimidad y memoria.

El gusto por la fotografía de rollo también puede leerse desde una perspectiva kantiana, donde la experiencia estética surge cuando el entendimiento (en este caso de los procesos técnicos) y la imaginación entran en un juego libre. En este proceso, cargar el rollo, medir la luz, anticipar un resultado que no vemos aún, se activa precisamente ese juego entre prever e imaginar. Así, el placer no proviene solo de la imagen final, sino de la actividad misma. Por eso, según Immanuel Kant, cuanto más nos involucramos en el proceso, más significativo y satisfactorio se vuelve. 

La aparición de la era digital convirtió la fotografía analógica en un objeto profano, y la sobre exposición a esta la volvió sagrada.

¿Hay comunidad?

Esta fue la única pregunta en común con todos los entrevistados. Respondieron lo siguiente.

Ludum/Ivan López: “sí, pero falta enlace, es muy virtual”.

Camarita Vieja: “Definitivamente. La comunidad de artistas y fotógrafos en El Salvador es vasta”.

Federico Krill: “La comunidad está en lo digital”.

Roberto Anaya/Fotina: “Mi respuesta corta es no, pero no solo en lo analógico, principalmente porque El Salvador ha estado sometido a un plan sistemático y político para desmantelar cualquier noción de comunidad y asociación organizada, y para mi, aunque rompa la definición de, hacer comunidad tiene que ver con organizarte, mejorar, crecer y hacerte fuerte. Hay clubes y eso es otra cosa. Podríamos discutir largo rato esto, pero hoy por hoy no hay comunidad”.

Retratos del colectivo Camarita Vieja. Un grupo de rostros reunidos por la práctica fotográfica. La cámara funciona aquí como excusa para encontrarse y construir vínculos.

A esto también agrega Roberto Anaya, que desde el pasado “hay y han habido intentos de comunidad digital más no analógica”. Es por esto que Camarita Vieja o Ludum, son la apuesta más fuerte hoy por hoy de crear colectividad, porque en el presente ambas formas de creación coexisten, a diferencia de tiempo atrás. A pesar de las diferencias en sus respuestas, todas apuntan a un mismo diagnóstico: existe, pero aún está en construcción.

Para formar comunidad, algunas de las pautas indispensables, sugieren ser la constancia y la confianza. Históricamente la humanidad y en este caso específico, El Salvador, se ha enfrentado a situaciones que promueven todo lo contrario. Es por esto, que el papel que juega el internet como herramienta de enlace, combate en ciertas medidas estas amenazas. De no ser por el acceso a redes, ¿sería posible darnos cuenta de la existencia de Camarita Vieja o Ludum? ¿podríamos inspirarnos viendo equipo y resultados? ¿podríamos generar educación con el mismo alcance?. Pero ojo con esto, aunque no se niega su importancia en conexiones con individuos y comunidades, también puede ser un área pantanosa que suele traer consigo frustración. Queda a discreción de cada quien, qué tomar, cómo encaminarse y qué descartar.

¿Por qué la gente escapa de la foto analógica?

El rostro de una mujer y el Empire State Building comparten el mismo negativo. Dos escalas, dos geografías, un solo gesto experimental. Foto: Ludum.

Sin dar rodeos en los motivos por los cuales la gente deja o no se anima a hacer fotografía analógica en el país, el dinero es el principal. En El Salvador el salario mínimo en 2025 en industria y maquila, según el portal del Ministerio de trabajo y previsión social, es de $408.80, y el excedente que pueda destinarse para una actividad como esta puede ser poco o nulo. Según el proveedor, un revelado de calidad profesional puede rondar los $12-$20, un rollo $15-$25, independiente de la cantidad de exposiciones (número de fotos disponibles), lo cual hace que por cada rollo revelado y digitalizado, el costo estimado sea de $25. A esto hay que sumar que es una actividad que requiere tiempo, prueba y error para dominarlo. Podemos estimar que la cantidad necesaria de dinero invertido, en términos generales, definitivamente no es poca. Todo esto, sin tomar en cuenta la inversión de una cámara en óptimas condiciones, y sin mencionar el limitado o nulo acceso a químicos para revelado, o la falta de un cuarto oscuro en la actualidad como el que había en La Casa Tomada. 

Si se cuenta con el dinero para comprar cámara y rollos, la frustración de no poder hacer fotos en los primeros intentos se vuelve causante de abandono. Iván López de Ludum, desde su experiencia en el laboratorio, dice que mucha gente desiste porque “los primeros rollos no salieron”. Roberto Anaya, de Fotina, extiende esta idea, sumando que “la necesidad de inmediatez y perfección, y la necesidad de experimentar con muchos rollos en lugar de comenzar entendiendo y dominando un tipo” son otros de los motivos. Para todo esto, él sugiere la línea educativa de Arista EDU, que tiene precios más accesibles si de buscar aprender se trata.

Últimas palabras

Retrato en el caserío El Mozote, fotografía de Roberto Anaya. La fotografía analógica como herramienta de documentación emocional, en la que el tiempo y la cercanía importan tanto como la imagen final. Foto: Roberto Anaya.

En El Salvador el nivel de dificultad para hacer fotografía analógica será según la capacidad de ingresos de quien la consuma y el lugar donde resida. No será igual para quien viva en el interior del país o para quien su dinero para entretenimiento sea limitado. Pagar una mensualidad por un servicio de streaming es mucho más asequible que hacer un solo rollo. No se trata de jerarquizar actividades, estos son juicios de gusto y discusiones sobre acceso a recursos que bien podrían desembocar en otro tema. 

Quienes deciden hacer foto analógica, comunidad y espacios para promoverla, es solo eso, una decisión, como bien podría ser estar en un club de crochet, crossfit, hasta grupos de iglesia. Lo transformador de esta práctica es la invitación a ser pacientes, a juntarnos para aprender y hacer, a prescindir de la inmediatez de lo digital. Otorgarle un poder místico que ningún aparato digital jamás podrá replicar. Aunque muchas veces este poder, que viene con la capacidad de pensar más en la imagen que queremos guardar como memoria, “conviva con la crueldad”, como cita Federico Krill, de La cámara lúcida de Roland Barthes.

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