Así se prepara la Compañía Ballet de El Salvador para la temporada 62 de El Cascanueces

Montada por primera vez por Alcira Alonso, El Cascanueces sigue creciendo 62 años después. Esta entrevista con Orlando López revela cómo se sostiene técnica y simbólicamente la obra más emblemática del ballet salvadoreño.

Llegué al estudio de la Fundación Ballet de El Salvador cuando el ensayo aún no empezaba. En las gradas y en los primeros salones, varias niñas comían pizza sentadas en el suelo, todavía vestidas con tutús y leotardos, las zapatillas a medio quitar, el cuerpo cansado y feliz. Alrededor de ellas había otras mujeres que no van a salir a escena; mamás, tías, cuidadoras, sosteniendo la tarde con una paciencia aprendida. 

Pregunté por la recepción y me dijeron que ya no había nadie. Seguí subiendo, con mucha confianza. Cada tramo de gradas me metía más en la entraña del lugar donde trabaja la Compañía Ballet de El Salvador, ese espacio que pronto dejarán, porque en 2026 planean mudarse a la colonia Maquilishuat, a una sede más céntrica, más visible.

Más adentro, encontré a Juan Ramón Pineda y a Orlando López en una oficina abierta, comiendo pizza también, mientras el ruido de los bailarines llenaba el edificio. Entre ese desorden vivo me llevaron a una habitación un poco más silenciosa. Ahí descansa el vestuario de El Cascanueces. 

Orlando López, director artístico de la Compañía Ballet de El Salvador, durante la entrevista en el salón donde descansa el vestuario de El Cascanueces. Foto: Mediana.

No soy bailarín. Miro desde afuera, desde alguien que también trabaja con el cuerpo, pero con palabras. He visto El Cascanueces muchas veces, incluso detrás del telón, cuando en 2017 Diana Figueroa me mostró lo que ocurre entre escena y escena. Desde entonces entendí algo. Esta obra no se sostiene por autorizaciones ni sellos oficiales. Aquí la única medida es el aplauso, las funciones llenas, y la obstinación de seguir montándola, 62 años después de que Alcira Alonso la puso por primera vez en escena.

Para Orlando López Jarquín, director artístico de la compañía, esta obra no es solo un clásico del repertorio. Es, como él mismo lo define, “la máxima producción que hemos tenido durante 62 años”. Lo dice con datos concretos. Este año hay cerca de 400 piezas de vestuario, más de 14 telones en escena, una utilería compleja, alrededor de 35 niñas de la Escuela Fundación Ballet de El Salvador y un elenco que reúne a bailarines nacionales con invitados de Brasil, Costa Rica, Honduras, Guatemala, México y Panamá. Todo eso convive en un mismo montaje que, además, carga con una historia larga y sensible.

Este es uno de los últimos ensayos antes de trasladarse al Teatro Presidente. Afuera, diciembre avanza con su ruido habitual; adentro, el tiempo parece medirse de otra forma. Cada conteo importa. Cada corrección se guarda en la memoria muscular. El Cascanueces está por volver a escena.

El muñeco del Rey Ratón, uno de los personajes centrales de la batalla, forma parte de la renovación escénica que la compañía ha trabajado durante los últimos años, incorporando nuevos materiales y efectos para fortalecer la intensidad del montaje. Foto: Mediana.

El Cascanueces fue el primer espectáculo que Alcira Alonso montó en El Salvador. En sus inicios fue una versión infantil, con artistas invitados del Ballet Nacional de Guatemala y talentos locales. Con los años, esa primera puesta se transformó, se amplió y se complejizó hasta llegar a la producción actual. Para Orlando, esta obra condensa algo más que recursos técnicos. Representa tradición, vanguardia, renovación y, sobre todo, “mantener el linaje de Alcira Alonso vivo”. 

Ese linaje no se conserva como una pieza de museo. Se pone a prueba cada año. Orlando explica que la obra ha cambiado no tanto en lo técnico, sino en la manera en que se vive y se presenta. “La producción se va adaptando según la vivencia, el comercio y cómo el mundo se mueve. No puede estancarse en un tiempo, porque la Navidad es vigente”. El público ya conoce la historia; la música de Tchaikovsky forma parte del imaginario colectivo gracias al cine, la televisión y los musicales. El desafío ha sido sostener una lectura contemporánea, vanguardista, sin perder el espíritu infantil que Alcira quiso preservar. Una obra pensada para niños, adultos y familias enteras.

Drosselmeyer entrega el cascanueces a Clara, el gesto que activa toda la narrativa del ballet. Este momento inaugura el primer acto y establece el vínculo entre la infancia, el juego y el mundo que se despliega en escena. Foto: Archivo cortesía Compañía Ballet de El Salvador.

Montar El Cascanueces, con toda su escala, toma alrededor de nueve semanas. El proceso inicia con los niños, continúa con los grados superiores y luego se integra el cuerpo de baile de la compañía. Los bailarines internacionales reciben las versiones con antelación; cuando llegan, se incorporan a un lenguaje que ya existe. “El ballet es un lenguaje corporal universal”, explica Orlando, y por eso el bailarín profesional puede integrarse con rapidez.

Los tiempos de llegada varían según el rol. Los personajes principales, como El Cascanueces o el Cavalier del Hada de Azúcar, llegan casi veinte días antes del estreno; los solistas y semisolistas, alrededor de diez días antes . Todo ese engranaje ya está incorporado en el cuerpo de la compañía. No se improvisa, pero tampoco se dramatiza. Hay un ritmo aprendido.

Ese ritmo se sostiene, además, en un sello propio. Orlando insiste en que el espíritu del Cascanueces salvadoreño no es una invención reciente. “Fue Alcira Alonso quien le dio rostro, espíritu y forma. Tiene un sello genuino, inigualable, y es una producción muy superior a nivel centroamericano”, confiesa Orlando. Esa afirmación no busca grandilocuencia, se apoya en décadas de trabajo continuo.

La bailarina Lucía Figueroa, en un momento cúspide de El Cascanueces, captada tras el telón en el Teatro Presidente en 2017. Foto: Archivo Mediana.

El elenco de esta edición refleja esa mezcla entre continuidad y renovación. Marcela Meléndez se estrena como el Hada de Azúcar, acompañada por Christian Lazo, ambos primeros solistas de la compañía. Martha Castellón, primera bailarina, compartirá escena con Douglas Vilas, del Conservatorio de Ballet de Río de Janeiro, como una de las parejas principales. Lourdes Fuentes y Alexia Quan interpretarán a Clara, junto a David Monge, del Ballet Nacional de Costa Rica. En los bailes de carácter se suman figuras como Yahir Castro, primer bailarín del Ballet Nacional de Panamá; Víctor Fallas, del Ballet Nacional de Costa Rica; Alex Hernández, de Mexhabana Danza México; Nico Miranda, de Guatemala; acompañado por Itzel Moreno y Raquel Ventura.

En el Val de las Flores, el papel de Rocío de la Mañana, uno de los más relevantes de este cuadro, será asumido por Marcela Meléndez, Karla Carvajal e Isabela Olivares. El personaje de Fritz, el hermano de Clara, será interpretado por Valeria Enríquez, un rol que, ante la falta de niños, asumen bailarinas con la versatilidad necesaria para transitar entre identidades escénicas sin perder fuerza narrativa.

Parte del vestuario que se utilizará en la temporada 2025 de El Cascanueces. Este año la producción presenta cambios y renovaciones en varias piezas, dentro de un conjunto que suma cerca de 400 elementos entre trajes, accesorios y detalles escénicos. Foto: Mediana.

La narrativa escénica, explica Orlando, se articula desde el inicio con Drosselmeyer, interpretado por Hilmar Morales. Es él quien abre la historia y sostiene el primer acto. Junto a Clara, construye el hilo que permite que el muñeco crezca, que el juego infantil se transforme y que el juguete se vuelva príncipe. Nada queda librado al azar. Existe incluso un manual, escrito junto a Alcira Alonso, donde se detalla qué tipo de personalidad, energía y presencia debe tener cada bailarín según el rol. No hay convocatorias abiertas. La institución cuenta con alrededor de cien estudiantes y un criterio interno para decidir quién ocupa cada lugar.

Este año marca, además, el cierre de un proceso de renovación que ha tomado casi seis años. La batalla entre el Rey Ratón y El Cascanueces llega con pirotecnia y efectos especiales. Se han renovado soldados, ratones y escenas completas como el Val de las Flores, atendiendo al desgaste natural de los materiales y a la necesidad de mantener la calidad escénica.

Ahora, todo ese trabajo debe adaptarse al Teatro Presidente. No es un traslado simple. El Cascanueces viaja en trineo, llega en barco y se marcha en globo. Ese globo implica estructuras de hasta mil libras, un puente aéreo, fuerza humana precisa y automatización. El tiempo en el teatro es corto. Apenas tres días antes de la primera función. “No es tanto el ensayo en el teatro, sino la agilidad que debe tomar el espectáculo para que fluya y sea un deleite para el público”, explica Orlando.

En medio de ese proceso, Orlando recuerda su propia historia dentro de la obra. Hace 18 años bailó El Cascanueces, interpretó la danza árabe. Hoy observa desde la dirección artística. El cambio no le produce nostalgia, sino una satisfacción distinta. “Me hace sentir complacido de ver tantas personas en escena, con disciplina y desempeño, tratando de dar lo mejor de ellos”.

El Cascanueces vuelve así, no como un objeto decorativo de temporada, sino como un ritual escénico que se renueva cada año. Para Orlando, su importancia también está en la formación de públicos. Ver la obra es “soñar, como Clara, un mundo feliz”, dice Orlando. Pero también salir del teatro con la sensación de que el tiempo valió la pena, que el boleto y el compartir en familia encontraron sentido.

Una bailarina durante la escena del Reino de los Copos, uno de los pasajes más delicados y exigentes del ballet, donde la precisión técnica y la musicalidad sostienen la atmósfera del segundo acto. Foto: Archivo cortesía Compañía Ballet de El Salvador.

Este 17 de diciembre, a las 7:30 de la noche, el telón del Teatro Presidente se abrirá para la primera función. Detrás habrá semanas de ensayo, décadas de historia y el peso de un legado que no se repite por inercia. Se sostiene porque alguien, cada año, vuelve a ensayarlo con el cuerpo entero.

Orlando habla del futuro de la Compañía Ballet de El Salvador con los pies en la tierra. Dice que lo primero que necesita la compañía es algo tan básico como difícil: más auspiciadores, más contratos, más estabilidad para quienes bailan. Quiere que los bailarines puedan vivir de su oficio sin sacrificios, que el salario que hoy es digno pueda convertirse en uno que los coloque al nivel de cualquier artista internacional, porque eso es lo que son. Habla de sostener lo que ya existe con mejores condiciones, de cuidar a quienes ponen el cuerpo cada noche. Orlando está convencido que si la compañía logra dignificar aún más la vida de sus bailarines, todo lo demás, la técnica, la entrega, el público que vuelve, seguirá encontrando su lugar.

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