La artista francesa Antoinette Rozan presentó en San Salvador la exposición “Amours”, una explosión de corazones, color y energía en la Sala Nacional de Exposiciones Salarrué. Entre charlas y experiencias colectivas, su obra habla sobre crear campos de amor en lugar de batallas.
Del 16 al 20 de septiembre, la Sala Nacional de Exposiciones Salarrué, en el corazón del parque Cuscatlán, se convirtió en un espacio distinto al habitual. Allí donde tantas veces han colgado obras severas o solemnes, apareció una explosión de colores, trazos libres y corazones multiplicados. La artista francesa Antoinette Rozan presentó su muestra "Amours”, gracias a la gestión de la Embajada de Francia en El Salvador y el apoyo del Ministerio de Cultura.
No fueron muchos días, apenas una semana, pero el paso de Rozan dejó huella. La exposición no se limitó a colgar cuadros. Hubo conversaciones, música coral, experiencias colectivas. El miércoles 17 la artista impartió una charla sobre el poder de los colores, y el sábado 20, frente a la mirada curiosa de familias, artistas y transeúntes, se organizó Loverdose, un corazón humano XXL. Con el coro de la Alianza Francesa como acompañamiento, el público se unió para formar un gran corazón humano, símbolo de unión y de amor.
El primer trazo

Rozan recuerda con claridad el instante de su primer corazón. Lo dibujó como un garabato torpe, casi infantil, pero suficiente para nombrarlo la vida. “Es un corazón que se dibujó como un garabato. Cuando lo hice, me dije a mí misma: así es la vida, es tan simple como eso”, contó durante su visita.
Esa simplicidad aparente se ha convertido en el núcleo de su trabajo. Rozan insiste en que cada corazón es distinto, que detrás de cada trazo habita una historia, un pasado, una memoria. “Intento representar muchos corazones diferentes para mostrar que en realidad somos un corazón que late juntos. Cada uno con nuestra personalidad y nuestra propia experiencia. Todos somos muy diferentes aunque es solo un solo corazón”.
El eco de un símbolo universal

La embajadora de Francia en El Salvador, Anne Denis-Blanchardon, abrió la exposición con palabras que parecían dialogar con la obra de Rozan. “Libertad, movimiento y energía son las palabras que mejor describen a Antoinette y a su obra. Sus pinturas se inspiran en símbolos universales, portadores de mensajes de amor, paz y vida. Estamos como en una burbuja de alegría, una burbuja de amor. Debemos disfrutar, porque afuera el mundo es distinto”, dijo ante el público reunido.
La diplomática destacó además la capacidad del arte para tender puentes. “El arte es un lenguaje universal que llega al alma de todas y todos, sin importar el idioma, la cultura o el origen. Emociona y nos une, convirtiendo cada obra en una invitación a la armonía y la comprensión mutua. En estos tiempos de tragedias en el mundo, esto es sumamente importante”.
Entre el amor y el ego

El trabajo de Rozan se sostiene en la convicción de que el amor es la fuerza universal que puede salvar al mundo. “El amor me enseña cada día. El poder del amor es la verdadera fuerza universal que probablemente salvará al mundo. Si logramos estar todos juntos en el respeto por la diferencia, la fuerza del amor está en la unión”, dijo en la entrevista.
En sus lienzos, cada corazón está acompañado de pequeños personajes que representan el ego. No son una negación de la individualidad, sino una advertencia contra el exceso. “El mensaje es que debemos hacer el ego más pequeño y el amor más grande, porque siempre somos nosotros mismos, pero la invitación es a disminuir el ego y darle más importancia al amor”.
Ese contraste, entre lo diminuto y lo expansivo, entre lo que divide y lo que une, recorre su obra como un subtexto. Los corazones de Rozan no son decorativos. Tienen movimiento, color, energía. Se oponen al cliché del corazón vacío o edulcorado. Son una apuesta por la libertad.
El ritual de crear

Antes de pintar, Rozan se detiene. Respira, medita, se alinea. “Es muy importante para mí porque me permite entrar en equilibrio, es a partir de ese momento que creo. Es como si estuviera expresando algo que no necesariamente soy. Cuando logro expresar algo más que lo que puedo ser, me digo que debo aprovecharlo”, cuenta la artista.
De ahí nace la diversidad de sus piezas. Unas más violentas en el trazo, otras más suaves, todas atravesadas por la urgencia de decir algo que excede a la artista. En ellas hay gritos, susurros, celebraciones, despedidas. Cada corazón es un campo de batalla transformado en campo de amor.
Una experiencia compartida

La actividad de cierre, Loverdose, resultó tan significativa. Frente a la rigidez de las obras colgadas, el público pudo participar y convertirse en parte del mensaje. Personas de todas las edades se tomaron de la mano, se acomodaron en el suelo, se miraron entre sí hasta formar una figura reconocible desde lo alto: un gran corazón humano.
Rozan lo describió como “una manera de recordar que debemos crear campos de amor en lugar de campos de batalla”. Esa frase resume su intención. Convertir la fragilidad en fuerza, la diferencia en unión, la vulnerabilidad en gesto colectivo.
En un mundo marcado por la fragmentación, Rozan vino a recordarnos lo que parece obvio pero tantas veces olvidamos. Que el amor es, todavía, el único lenguaje capaz de salvarnos.