Fotoperiodista, joyera y escritora, Cristina Baussan ha encontrado en la imagen y la materia una forma de narrar lo invisible. Reconocida por su trabajo en The New York Times y National Geographic, la artista salvadoreña transforma emociones en objetos y memorias en retratos que resisten el olvido.
En lo alto de San Salvador, entre la sombra de edificios y algunos árboles que todavía sobreviven a la ciudad, hay un rincón donde la luz entra suave, como pidiendo permiso. Es un estudio cálido y lleno de detalles. Hay herramientas, rollos de película, pedazos de cera, fotografías enmarcadas y piezas de plata que parecen recién salidas del mar. Ahí trabaja Cristina Baussan.
Cristina habla con la voz pausada. Ha aprendido a esperar. Ha vivido en muchos lugares: Haití, Francia, El Salvador, Estados Unidos. Su biografía tiene tantos cruces como una carretera vieja, y de ahí, dice ella, proviene el hilo invisible que cose todo lo que hace. “No siempre es fácil”, reconoce, “pero es lo que me ha dado esa apertura, no solo al arte, sino a entender cómo los seres humanos logran expresarse a través de la cultura y de la naturaleza”.
Nació con el impulso de mirar. Lo supo desde niña, en los asientos traseros de un carro en Haití, cuando le gustaba ver la vida pasar por la ventana sin tener que hablar con nadie. “Me gustaba imaginarme la vida de la gente”, recuerda. La belleza y la miseria coexistían sin explicación en aquel paisaje. Esa contradicción le despertó algo. Una pregunta. Una necesidad de contar.
En Haití también entendió algo que le cambió la vida. El poder de la luz. “La luz en Haití no es la misma que en otros lados”, dice. “Ahí fue donde aprendí a ver”. Desde entonces, lo suyo ha sido una forma de mirar. Un compromiso con la belleza. No la belleza de escaparates y vitrinas, sino esa otra que se encuentra en la esquina de una calle, en la cara de una señora, en una piedra que parece haber estado esperando miles de años a ser recogida.

Cristina estudió periodismo en Nueva York, se formó en Columbia y trabaja como profesora en Sciences Po, en París. Ha publicado en medios como The New York Times, National Geographic, The Wall Street Journal, The New Yorker, NPR. Crisrtina podría contarte muchas historias, pero prefiere hablar de una fotografía en particular. La de una mujer en Senegal, recostada sobre un carro que tiene escrita la palabra “man”. No hablaban el mismo idioma, pero hubo una mirada. Un leve gesto de la cabeza. Un permiso silencioso. “Fue un momento de confianza”, dice. Lo cuenta como narrando un sueño del que se despierta con una certeza.
Esa imagen, como muchas otras en su archivo, no vive en el ruido. No hay prisa en ella. Hay tiempo. Cristina cree en los procesos que se cocinan a fuego bajo. En los vínculos que no se hacen a la carrera. A diferencia del periodismo urgente, “un mundo donde todo se consume en 30 segundos”, su trabajo es una forma de resistir la velocidad. “Para mí es importante que la fotografía sea un espejo. Un camino de dos carriles”.

Un día, caminando por Ciudad de México, Cristina sintió algo que no supo explicar. No fue una idea. Fue una emoción. “Había algo que no se callaba”, dice. Volvía una y otra vez, era la necesidad de contar historias de otra manera. Con las manos. Con el cuerpo. Con objetos.
Así nació Te Ciento, su proyecto de joyería artesanal. Un nombre que juega con el verbo sentir y con el número cien. “Porque hay 100 historias que contar”, explica. Empezó a trabajar la cera como escribiendo un poema. La primera pieza fue una ola. Acababa de sobrevivir a una sesión de surf que la dejó temblando. Escribió sobre el mar. Luego moldeó el miedo, la emoción, la gratitud. Y de ese molde nació un anillo.
Cristina no busca perfección. Al contrario, aprendió a rendirse ante el proceso. La técnica que usa, la cera perdida, también le enseñó a soltar. A confiar. A no tener el control. En ese proceso, todo lo que se moldea con cuidado desaparece. Se funde. Se transforma. Y lo que queda es otra cosa. Más pura. Más verdadera. “Es como en la vida”, dice.
"Entre más conectada estoy conmigo misma, más claro tengo que soy escritora, periodista, fotógrafa y joyera", Cristina Baussan.
Las piezas de Te Ciento no están hechas para quedarse en un joyero. “Tienen que ser rayadas, usadas”, insiste. Lo dice porque sabe que los objetos también tienen biografía. Que el oro y la plata pueden cargar memorias. Herencias. Secretos. Le emociona pensar que un anillo suyo, creado hoy en su taller de San Salvador o París, termine dentro de cincuenta años en las manos de la bisnieta de alguien.
Y es que Cristina sigue siendo periodista. A veces, cuando alguien le encarga una pieza personalizada, le hace preguntas como si fuera una entrevista. Escucha. Anota. Se mete en la historia de esa persona, como entrar a una casa ajena descalza. Luego traduce esa historia en metal. Usa el fuego y el pulso.
“El espíritu humano es mi código”, dice. Ya sea en una fotografía o en una joya, Cristina busca eso. Una conexión. Algo que trascienda las palabras. Algo que se sienta. Por eso escribe. Por eso enseña. Por eso sigue tomando fotos con su Rolleiflex. Y por eso funde metales con sus propias manos.

Muchas veces le costó explicarlo. Hubo un tiempo en el que tuvo miedo de mostrar su trabajo en joyería, como si eso le restara seriedad a su carrera como fotoperiodista. “Pensaba que mis editores iban a dejar de tomarme en serio”. Hasta que se animó a compartirlo. Y el primer mensaje que recibió fue de su editor en National Geographic: “Seguí, por favor. Los fotógrafos necesitamos otras formas de contar historias”. Ese mensaje lo cambió todo.
Desde entonces, Cristina se mueve entre dos mundos que en su vida ya no están separados: la imagen y la materia, la cámara y el metal, la palabra y la forma. A veces escribe. A veces pule. A veces se sienta frente al mar y se deja llevar por las olas. Ahora confía en algo más grande que sí misma.

La entrevistamos en su estudio, mientras su hermana, la artista plástica Sofía Baussan, trabajaba en el cuarto contiguo. No hablaremos de ella ahora, pero ese detalle importa. Porque hay algo en la historia de Cristina que tiene que ver con los vínculos: los familiares, los culturales, los espirituales. Con pertenecer a muchos lugares al mismo tiempo y, al mismo tiempo, a ninguno.
“Antes pensaba que era solo fotógrafa”, confiesa. “Ahora sé que soy todo eso junto: periodista, joyera, escritora”. No se define por una sola cosa. Se define por la conexión. Por la emoción. Por esa intuición que, como las olas, no se puede detener. Y que todas esas formas coexisten en ella sin conflicto. “Entre más conectada estoy conmigo misma, más claro lo tengo”.
Cristina Baussan no hace joyas. No toma fotos. Ella cuenta historias. A veces con luz. A veces con fuego. A veces con palabras. No quiere separar su arte. Su sueño es que todo lo que hace pueda convivir en un solo lenguaje. Todavía no sabe cómo, pero va en camino. Y confía. Porque al final, todo se trata de eso. De confiar en el proceso. De transformar la emoción en forma. De sentir.