Fernando Trujillo debuta en Espacio 42B con retratos de esquina, tragos y silencio

En su primera muestra individual, Fernando Trujillo retrata a hombres que beben, conversan poco y cargan mucho. Con óleo espeso y escenas cotidianas, pinta desde el respeto. Esta entrevista recorre su proceso, su mirada y su forma de escuchar antes de pintar.

En San Juan Opico, antes de que Fernando Trujillo supiera que iba a ser artista, ya tenía claro que iba a mirar distinto. Tal vez fue el ritmo del comercio familiar, las jabas apiladas en la tienda de su madre, o ese tipo de conversación entre desconocidos que solo ocurre en la esquina de una barra, entre un vaso a medio llenar y una voz que se quiebra. Tal vez fue todo eso y también el silencio después.

Cuando habla de su obra, lo primero que dice no es sobre el color, la técnica o la inspiración. Dice, “me senté a platicar con ellos”. Es decir, les dio tiempo. Y luego, los pintó.

Su primera exposición individual, presentada en Espacio 42B, no parte de una necesidad de demostrar nada. Más bien parece una respuesta larga y espesa, como su óleo, a una sola pregunta: ¿cómo se retrata la dignidad de alguien que vive a la intemperie del sistema? Lo hizo con calma. Sin explicaciones forzadas. Tomó fotografías, eligió una imagen por intuición y la llevó al lienzo. Pero antes de eso, escuchó.

Fernando no es de los que idealizan a quienes retrata. Y eso se agradece. Dice que esta muestra fue un giro en su forma de trabajar. Antes, interpretaba. Ahora, prefiere comprender. Ya no pinta desde la distancia. Se sienta, conversa, pregunta: “¿por qué quisiste llevar esta vida?” En el tono en que lo dice no hay juicio, hay respeto. También hay una especie de reverencia silenciosa, como si supiera que lo que está intentando pintar no cabe en el cuadro.

Pintar sin correcciones
En esta obra, un grupo de hombres bebe y juega en plena calle de una colonia salvadoreña. La escena transmite la crudeza y el abandono, pero también la camaradería silenciosa que ocurre en los márgenes, donde todo es visible, pero poco se mira. Foto: Mediana.

Fernando pinta rápido. No porque tenga prisa, sino porque cuando arranca no duda. Algunas piezas grandes que conforman esta muestra las terminó en cuatro días. Otras le tomaron una semana. “Siempre me sorprende, pero las saqué”, dice. El verbo es sencillo. No habla de inspiración ni de trance creativo. Fernando pinta una historia que ya estaba escrita y solo necesitaba que alguien la contara.

Una de sus obras se titula "La mesa de los ausentes". Hay en ella un grupo de hombres alrededor de una mesa y de algunas cervezas. Cada uno tiene una expresión diferente. Uno está triste, otro molesto, otro parece estar en otro lugar. Ninguno se mira entre sí. Pero ninguno está solo. “Siguen estando juntos”, dice Fernando. La escena tiene algo de lúgubre y algo de entrañable. Refleja una de esas tardes que se alargan en una cantina y se convierten, sin quererlo, en confesionario colectivo. Esa es quizá su pintura más poderosa. No por el trazo ni la técnica, sino por lo que deja en el cuerpo.

Las luces raras de los bares
Durante la inauguración, una mesa típica de bar plástica, gastada y llena de historias, se convirtió en parte viva de la muestra. Entre cervezas, cartas y pláticas cruzadas, la escena replicó el mismo espíritu que Fernando retrata en sus cuadros. Foto: Mediana

Mauricio Kabistán, curador de la muestra, cuenta que el proceso fue tan importante como las obras. Habla de la visita al estudio de Fernando, en San Juan Opico, donde encontraron las jabas que usaba su mamá en un bar. “¿Quién no ha estado en un chupadero? ¿Quién no ha tenido esas luces todas raras en las paredes?”, reflexiona Mauricio. 

Hay una carga simbólica en esos espacios. El bar como escenario, como frontera, como lugar donde las cosas se dicen sin adornos. Kabistán lo menciona citando a la escritora Elena Salamanca: “El bar es campo de batalla y al mismo tiempo refugio. Un sitio donde las masculinidades se enfrentan y se acompañan, entre la dureza del trago y el alivio de una presencia cercana”.

Lo que hace Trujillo en su serie no es mostrar el lado romántico de ese universo, ni tampoco exponerlo con morbo. Lo que hace es darle contorno a algo que suele quedarse en la sombra. Para hacer eso se necesita otra velocidad.

Óleo espeso y escenas sin pretensión

“Siempre bien pastoso”, dice sobre su manera de aplicar el óleo. No quiere que se parezca a una fotografía. Y lo logra. Su pintura se siente rugosa, como si todavía no hubiera terminado de secarse. Hay algo que permanece vibrando. Las texturas, las luces, los rostros a medio camino entre la presencia y el recuerdo.

Sus temas vienen de lo que vivió. Fernando menciona a su madre, a las mujeres que trabajaban con ella, al transporte colectivo, a los comedores. Escenarios donde la vida ocurre sin que nadie tome nota. “Crecí con ellas”, dice sobre las mujeres trabajadoras. Y se nota. No hay espectáculo, hay observación. La pintura se convierte en un archivo íntimo de lo que pasa frente a los ojos de todos, pero pocos se detienen a mirar.

En lugar de inventar mundos nuevos, Fernando parte de lo que ya está. Pero le cambia la velocidad. La ciudad lo empuja; él se detiene. La sociedad excluye; él se sienta a conversar. No busca sujetos interesantes. Encuentra belleza en los márgenes. Y cuando no la encuentra, la construye.

Hacer espacio para mirar
Gesto a gesto, rostro a rostro, La mesa de los ausentes captura la tensión emocional de un grupo que convive entre la rabia, la nostalgia y la costumbre. Para Fernando, esta pieza representa el corazón de la muestra. Foto: Mediana

Espacio 42B ha decidido acompañar ese gesto. No se trata solo de prestar paredes, sino de construir una curaduría que escuche. “Nos interesa que el artista pueda jugar con el espacio”, dice Kabistán. Esa confianza se nota. Las jabas, los elementos del entorno del artista, se incorporan al montaje como una extensión natural del relato.

Hay algo honesto en esa forma de curar. En lugar de pulir al artista, se busca amplificarlo. Y ese respeto mutuo permite que lo que vemos colgado en las paredes no sea una pintura atrapada, sino una experiencia que todavía respira.

El equipo de 42B lo tiene claro. “A veces las instituciones formales tardan demasiado”, dicen. Mientras tanto, hay artistas que están listos para mostrar lo que tienen que decir. Y hay público que está listo para mirar sin prejuicios. Lo único que hace falta es abrir la puerta.

Lo que viene

Fernando no se proyecta con grandes palabras. Cuando habla del futuro, lo hace con sencillez. “Más exposiciones, más historias que contar”, dice. Quiere pintar otras escenas, seguir explorando las vidas de los personajes que lo rodean. No hay ansiedad por llegar a ningún lugar. Lo suyo es otra cosa. Sostener el paso, seguir pintando sin perder la escucha.

Uno sospecha que, con el tiempo, su trabajo se convertirá en una especie de crónica visual del país. No porque lo haya buscado así, sino porque su mirada tiene algo de archivo y de ofrenda. Su pincel registra lo que muchos no nombran, sin hacer alarde de eso. Y esa, tal vez, es su mayor virtud.

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