Gabriel Granadino clausura su residencia artística en La Fábrica con Ciudad Caníbal

La ciudad, en manos de Gabriel Granadino, se convierte en un monstruo hambriento. En su muestra Ciudad Caníbal, clausura su residencia en La Fábrica con una serie de obras que interrogan la violencia del espacio urbano, las prisiones cotidianas y los cuerpos que intentan huir sin saber a dónde.

Las ciudades no duermen, dicen. Pero lo que nadie dice es que, mientras no duermen, también devoran. Ese parece ser el corazón oscuro y palpitante de Ciudad Caníbal, la muestra con la que Gabriel Granadino cierra su residencia artística en La Fábrica. Una exposición que abre un portal a una ciudad viva, monstruosa, absurda y fascinante. Una ciudad que no está allá afuera, sino también dentro de nosotros.

Granadino llegó a La Fábrica para utilizarla como un laboratorio de alquimia. “Siento que llegué a un lugar donde era comprendido”, dijo la noche de la inauguración, rodeado de artistas, amigos, desconocidos y curiosos. “Aquí flota una estática creativa súper volátil, donde en realidad lo único que hay que hacer es ponerse frente al lienzo con ganas de trabajar y las ideas caen”.

La sala de exhibiciones de La Fábrica, transformada en estudio por Gabriel Granadino, respira el ritmo acelerado y visceral del proceso detrás de Ciudad Caníbal. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

Fue Ronald Morán, artista y director de La Fábrica, quien recordó que el proceso de Gabriel había sido una especie de embestida creativa. “Ustedes no se podrían imaginar que tanta obra pudo haber sido producida en tan poco tiempo”, dijo. “Ahí ves la desmitificación del artista y su disciplina. Y toda la insistencia y todas las ganas de crear”.

Esa insistencia se convirtió en paredes llenas de figuras atrapadas, criaturas a medio camino entre la fábula y la pesadilla, repeticiones que gritan y contrastes tan nítidos que cortan. La ciudad se presenta como un lugar de encierro y estampida. Como si todos estuviéramos corriendo hacia ninguna parte.

“¿Acaso no todos estamos buscando escapar de algo?”, responde Gabriel, cuando le pregunto por la desesperación que transmiten sus personajes. Se ríe con un humor sarcástico, de esos que duelen pero también alivian. “En El Salvador el espacio es tan reducido que aunque estés libre pareciera que estuviéramos hacinados. Siempre he pensado que es tan pequeño que lo más que podemos hacer para alejarnos de alguien es estar espalda con espalda”, explica.

Una figura desesperada emerge sobre papel craft en un collage de materiales y técnicas. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

En su obra, esa claustrofobia colectiva se mezcla con ternura. Con humor. “Siento que son de las características principales de los salvadoreños para sobrellevar esta realidad tan dura que nos toca vivir”, dice.

Granadino tiene algo profundamente local y profundamente universal en lo que hace. Porque Ciudad Caníbal no es solo una muestra sobre San Salvador. Es sobre cualquier ciudad que se ha convertido en un ecosistema de vigilancia, consumo, violencia y repetición. Donde las personas persiguen a personas con el uniforme de la autoridad. Donde se alimenta el sistema con los cuerpos y los miedos de los que no pueden huir.

"Estamos en una época donde las cosas parecen bien puntiagudas", Gabriel Granadino.

“Las prisiones están por todos lados”, explica. “Las físicas, que aterran y que te las exponen como un triunfo. Las mentales, que te limitan. Y las simbólicas, que cada quien interpreta a su manera”.

Bajo ese contexto, el arte no es ornamento. Gabriel lo convierte en trinchera. “Estamos en una época donde las cosas parecen bien puntiagudas”, dice. “Son tiempos polarizados, blancos o negros. Yo creo que falta una escala de grises para entender, para ese entendimiento de lo que está bien y lo que está mal. La gente futboliza un montón la realidad, o sos de este o sos del otro”.

Minutos antes de la inauguración, Gabriel Granadino afina los últimos detalles. El artista frente al lienzo en blanco, ese espacio donde todo puede ocurrir. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

Es por eso que sus obras tienen un filo. Las líneas parecen dibujadas a presión, como si la urgencia fuera más fuerte que el trazo. “Creo que me gustan las cosas que tienen filo”, confiesa. “Eso fue lo que quise venir a plasmar… Bueno, siempre lo he estado plasmando”.

Y lo ha hecho con una técnica que se mueve entre el dibujo y la pintura, con animaciones análogas que le permiten jugar con el tiempo. Con el movimiento. Con la repetición. Con la fuga. Todo lo que vemos en Ciudad Caníbal parece estar a punto de transformarse o de reventar. Las formas no están quietas. No pueden estarlo.

"Hay ternura y hay humor en medio del caos. Son herramientas esenciales para sobrellevar esta realidad tan dura que nos toca vivir", Gabriel Granadino.

Simón Vega, artista y miembro del equipo de La Fábrica, lo dijo durante su intervención: “Gabriel es un sujeto bastante obsesivo, en el buen sentido. Su entrega nos ha motivado a todos. Nos ha recordado que el arte no se hace desde la comodidad, sino desde la incomodidad”.

La muestra, sin embargo, es una reflexión profundamente sensible. “Ciudad Caníbal creo que es una versión del presente que interpreto”, explicó Gabriel durante el evento. “Las cosas que más me atormentan… siempre he sido fanático de las cosas que me ponen los pelos de punta. Mi mamá dice que soy asustadizo desde pequeño. Y eso es lo que intento procesar”.

Dos visitantes se detienen, atentos, frente a una de las obras de Ciudad Caníbal. La muestra, que marca el cierre de la residencia de Granadino, obliga a mirar más de una vez. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

Lo hace como un músico que sigue tocando en el Titanic. No desde la negación, sino desde la lucidez. “Pareciera ser el fin de los tiempos, pero hay que seguir tocando el violín hasta que todo se hunda”, dice. “Sin dejar de estar conscientes de lo que está pasando”.

En ese sentido, Ciudad Caníbal es también una cartografía del presente. Un mapa dibujado con ironía, miedo, ternura y delirio. Un espejo donde lo urbano se vuelve instinto, y donde cada espectador es invitado a preguntarse: ¿soy yo presa o cazador?

En La Fábrica, esa pregunta no fue lanzada al vacío. La residencia que Gabriel vivió ahí fue más que un espacio de producción. Fue, en sus palabras, “un regalo”. “Ha sido un momento que también yo me he regalado como para no hacer nada más que esto y tirarme de lleno a hacer esta muestra”, dijo. “Y ver qué podía hacer dentro de una residencia artística a tiempo completo”.

Morán lo reafirma: “Lo que más valoramos es el compromiso. Y el discurso. Gabriel no vino solo a producir; vino a decir algo. Vino a expandir los límites de su lenguaje. A mezclar ilustración con pintura. A hacer que eso trascienda”.

Capas, manchas, líneas que se sobreponen y vibran. En los detalles de Ciudad Caníbal también habita el caos: texturas que cuentan lo que las palabras no alcanzan. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

Hoy, la muestra se convierte en testimonio. De un momento, de un espacio, de una ciudad que, al mirarse desde el arte, deja ver sus entrañas. Como quien abre la boca de un monstruo para entender de qué está hecho su rugido.

“Siempre estoy buscando salirme de la Matrix”, dice Gabriel. “Es difícil, porque es pegajosa y seductora. Pero siento que vale la pena tratar de escaparse siempre”.

Y con esa frase se despide. Dispuesto a lanzarse otra vez al corazón de la ciudad. A seguir dibujándola desde adentro. A seguir tocando el violín, mientras todo, afuera, sigue ardiendo.

No items found.