Isabela Salazar, la salvadoreña que hace ruido en el punk internacional

A sus 21 años, la guitarrista de The Linda Lindas regresa a El Salvador y reflexiona sobre sus raíces, la migración y la música como punto de encuentro.

Llueve sobre Santa Tecla. Minutos antes, a pocas cuadras de ahí, estábamos en la casa familiar donde Isabela había abierto su maleta para mostrar un par de vestidos y chaquetas, lo poco que cabe en un carry on. Luego corrimos bajo la lluvia hasta llegar a un local de hot dogs muy conocido de la ciudad. Ahora, sentada junto a la barra, Isabela se acomoda la camiseta de flores vintage, la falda a rayas verdes y el moño improvisado en el cabello. Así, sin poses ni prisa, conversa un día antes de regresar a Estados Unidos.

Así de sencilla es esta joven de raíces salvadoreñas, aunque el año pasado estuvo, junto a sus padres, en la Elton John AIDS Foundation’s 32nd Annual Academy Awards Viewing Party en Los Ángeles. Isabela se planta ante un regreso íntimo a su origen. “Desde que nací vengo acá”, dice, mientras juega con el borde de su vaso. “Siempre he tenido una parte especial en mi corazón para El Salvador”.

Tiene 21 años de edad y toca la guitarra en The Linda Lindas, una banda punk que nació en Los Ángeles y que hoy llena escenarios en todo el mundo. Pero aquí, entre mordidas de hot dog y risas discretas, se ve más como una chica que busca entender quién es que como una estrella de rock. Quizás porque El Salvador, ese país que aprendió a querer desde la distancia, la regresa a su centro.

Entre hilos y memorias familiares
La Rosa de la Esquina es una marca de moda creada por Isabela Salazar que combina energía juvenil, memoria familiar y una estética hecha de retazos y libertad. Foto: La Rosa de la Esquina.

Isabela es hija de Karen Salazar, una diseñadora de ropa salvadoreña, y de Joe Salazar, vinculado al diseño visual. Creció entre telas, colores y conciertos, en una casa donde la creatividad no era un lujo, sino una forma de vivir. “Durante la pandemia mi mamá me compró una máquina de coser”, recuerda. “No sabía qué hacer con tanto tiempo, así que empecé a coser y coser. Me encantó”.

De ese impulso nació La Rosa de la Esquina, su marca de ropa hecha con retazos, manteles antiguos y recuerdos familiares. Una de sus colecciones más queridas está confeccionada con los manteles de su abuela, aquellos que una vez cubrieron las mesas de su casa en Ahuachapán. “Los corté, les añadí pedacitos, e hice vestidos con mangas enormes. Fue especial porque mi abuela también era muy creativa. Aunque ya no está, fue como compartir algo con ella”.

Su primer recuerdo del país también tiene aroma a hogar. “Mis abuelitos tenían fincas de café. Me recuerdo caminar descalza encima del café tostado. Me picaba abajo de los pies y olía tan rico. Nunca había sentido algo así en mi vida”, confiesa.

Hablar con Isabela es como seguir una melodía que cambia de ritmo. A veces se ríe con dulzura adolescente; otras, habla con la calma de alguien que ha vivido demasiado para su edad. Creció de gira con una banda que, sin proponérselo, se convirtió en símbolo de una generación mestiza y diversa.

El ruido de una nueva generación
Con Eloise Wong, Lucía y Mila de la Garza, Isabela forma The Linda Lindas, una banda que ha llevado el punk adolescente a los escenarios del mundo. Foto: The Linda Lindas.

The Linda Lindas surgió en 2018, cuando ella y sus amigas, Eloise Wong y las hermanas Lucía y Mila de la Garza, se juntaron para tocar en un festival local. Todas hijas de inmigrantes, artistas y músicos. Su nombre viene de una película japonesa sobre unas chicas que forman una banda para un evento escolar, pero lo que ellas construyeron fue más que una anécdota. Cuando el video de “Racist, Sexist Boy” se volvió viral en 2021, cantando contra el racismo y el sexismo desde una biblioteca pública, su energía atravesó el internet como un rayo. Cuatro adolescentes latinas y asiáticas gritando verdades con guitarras y convicción.

“Yo siento que hemos aprendido mucho juntas”, dice Isabela. “Especialmente sobre cómo ayudar a otra gente, cómo pensar más allá de uno mismo. Eso no lo tenía tan claro antes”, confiesa.

Su vida ha sido una mezcla de aeropuertos, camerinos y ciudades nuevas. “Tuve que crecer rápido”, confiesa. “No pude vivir la experiencia de ir a la universidad, entonces a veces mis amigos son mayores. Me gusta lo que hago, pero es raro”.

Recuerda la primera vez que entendió que su música había cruzado fronteras, fue en una gira por Europa, el público cantando sus canciones. “Nunca había escuchado eso. Era como ver algo imposible volverse real”, dice. 

Y también recuerda algo más pequeño, pero más significativo. “En una gira por Estados Unidos, una chera me dijo que había viajado desde Chalchuapa (Ahuachapán) solo para verme tocar. Estábamos en Utah. Me sentí tan orgullosa. Que alguien se sintiera identificada conmigo y viajara desde tan lejos… fue increíble”.

En su voz hay un temblor que no es nerviosismo. Habla un español pausado, claro, con ese acento leve de quien lo aprendió entre viajes y conversaciones familiares. También hay mucha gratitud en ella. Quizás porque sabe que lo que hace trasciende el escenario. Isabela y su banda representan a una generación que escribe su propio lugar en el mundo, desde la periferia, desde la mezcla.

Entre dos orillas
Isabela Salazar, guitarrista de The Linda Lindas, aprovecha su visita al país para reconectar con sus raíces salvadoreñas y reflexionar sobre su camino en la música. Foto: Paula Rivera / Mediana.

Mientras afuera sigue lloviendo, Isabela habla de cómo intenta mantener los pies en la tierra. “No hablo mucho de lo que hago cuando conozco gente nueva. Me gusta experimentar las cosas como si no hubiera todo eso detrás”. Y por “eso” se refiere al ruido mediático, a las giras, a la atención. “Venir a El Salvador me ayuda. Aquí puedo andar por todos lados y vivir tranquila”.

Isabela tiene un deseo claro. “Me gustaría que más bandas de afuera vinieran a tocar acá. Que más gente pudiera venir y hacer música en El Salvador. Eso me gustaría mucho”.

Antes de irse, le pregunto cómo quiere recordar esta etapa dentro de unos años. Se queda en silencio unos segundos. “Esta etapa me ha servido para darme cuenta de que nuestra carrera es de verdad, que va en serio. Quiero que todo lo que hemos hecho tenga un propósito. No ha sido fácil, pero vale la pena”.

Y cuando se le pregunta qué le diría a los jóvenes salvadoreños que buscan su camino, responde con la misma naturalidad con que rasguea su guitarra. “Prueben todo. Si no lo probás, nunca vas a saber”, apunta.

La lluvia ha cesado. La cámara y los micrófonos se han apagado. Isabela vuelve a la mañana siguiente a Los Ángeles, a los ensayos y al ruido de la banda. Pero esta noche, en una ciudad que todavía le resulta familiar, se permite estar quieta. Habla con calma, con esa mezcla de curiosidad y gratitud que define a quienes buscan entender de dónde vienen. En su forma de hablar y en lo que elige recordar se nota algo sencillo pero firme, El Salvador sigue siendo un punto de partida en su historia.

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