Rosalía presentó LUX, su cuarto álbum de estudio, con una transmisión en vivo que culminó en una multitudinaria aparición en la Gran Vía de Madrid. Entre música, gritos y luces, la artista convirtió el lanzamiento en un acontecimiento urbano que reafirmó su estatus de ícono pop contemporáneo.
A las ocho y cuarenta de la noche, hora de Madrid, Rosalía apareció en la pantalla del teléfono como si se abriera una ventana a otro mundo. No había escenario, ni luces espectaculares. Solo una habitación en un piso de Madrid, una cámara temblorosa y una mujer que se maquillaba frente a un espejo mientras sonaba The Strokes de fondo. Así, sin anuncio previo ni alfombra roja, comenzó LUX, el nuevo capítulo en la vida artística de una de las voces más inquietas del pop contemporáneo.
El reloj marcaba las doce cuarenta y cinco del mediodía en Centroamérica cuando la transmisión en vivo empezó a multiplicarse por miles de pantallas. TikTok, Instagram, Twitter, todo se llenó del rostro de Rosalía. Su risa nerviosa, su voz quebrada por momentos, la intimidad de alguien que comparte un secreto con millones. En la habitación, rodeada de unas diez personas, maquilladores, estilistas, y su hermana Pilar, la artista catalana se preparaba para salir, como preparandose para un ritual. Entre risas y bocados de tortilla de papas, cepillándose los dientes frente al teléfono, iba tejiendo una escena doméstica que poco a poco se convertiría en un evento global.

De pronto, su rostro cambió. Al revisar su teléfono, se enteró de que en Nueva York habían aparecido imágenes misteriosas, posibles adelantos de lo que ella misma estaba a punto de revelar desde Madrid. Su gesto fue de sorpresa genuina, y el público, esa multitud invisible que la seguía desde todos los rincones del planeta, se agitó. “Hoy se viene, quedáis avisados”, dijo alzando un megáfono. Su tono era de juego, pero también de promesa. Lo que estaba por suceder no era solo el lanzamiento de un disco, sino la confirmación de que Rosalía seguía reinventando la manera de crear música.
Mientras ella hablaba en el live de TikTok, en la Plaza del Callao, en pleno corazón de la Gran Vía madrileña, un grupo de técnicos instalaba una pantalla. Minutos después, la plaza comenzó a llenarse de fanáticos y curiosos que no entendían del todo lo que pasaba pero que querían ser parte de algo. Rosalía, desde la habitación, sostenía un anillo entre los dedos. “Se ha caído un poco lo que dice aquí, pero es mi anillo favorito. Creo que me da un poco de suerte”, comentó. Parecía una confesión casual, pero en su mundo cada gesto es un símbolo.
De la pantalla a la calle
Tres años habían pasado desde Motomami, aquel disco que cambió las reglas del pop y la colocó en un lugar imposible de clasificar. Entonces también había recurrido a TikTok para sorprender al mundo con un concierto de 22 canciones transmitido en directo. Pero esta vez el formato era distinto. Más íntimo, más cinematográfico, más de carne y hueso.
“Llevo tres años esperando este momento y por fin ha llegado”, dijo antes de abandonar el hotel. Minutos después, la cámara la siguió hasta un Nissan GT-R blanco, con un rosario colgando del retrovisor. “Poneos el cinturón, que nos vamos de rally”, anunció mientras encendía el motor. La escena tenía algo de videoclip y algo de documental. En el asiento trasero, su hermana Pilar intentaba mantener la calma. Rosalía, entre risas, se quejaba de no encontrar un espejo para retocarse el maquillaje. “Cómo se nota que estos coches están hechos por hombres”, lanzó al aire, como una línea improvisada de una canción que aún no existe.

El vehículo avanzó por las calles de Madrid, pasando por Plaza España, hasta llegar a la Gran Vía. A medida que se acercaba a Callao, el tráfico comenzó a detenerse. Las luces de los semáforos se mezclaban con los flashes de los teléfonos. Rosalía bajó del vehículo y, en cuestión de segundos, la multitud la rodeó. Corrió entre los gritos de los fans, firmó autógrafos, posó para selfies, sonrió. “Grande, Rosalía”, “Qué maja, tía”, se escuchaba por todas partes. Era una escena digna de la mitología pop. Una mujer vestida de blanco avanzando entre cientos de cuerpos que intentan tocarla, detenerla, retener un fragmento de su energía.
La transmisión terminó abruptamente poco después. En Instagram, una nueva ventana se abrió. Rosalía asomada a una ventana del hotel, saludando a la multitud congregada abajo. En la pantalla gigante de Callao apareció entonces la imagen más esperada. La portada de LUX. En ella, Rosalía viste un vestido blanco, sin mangas, con una cofia y medias a juego. Está sentada sobre un campo verde bajo un cielo azul. Hay una calma pastoral en la imagen, una pureza que contrasta con el vértigo del momento. El título, simple y rotundo: LUX. Luz.
El rito pop de Rosalia
En las horas siguientes, las redes comenzaron a desmenuzar cada detalle del nuevo álbum. En la portada, dos citas acompañan el nombre. Una de Rābiʿa al-ʿAdawiyya, mística del sufismo islámico: “Ninguna mujer pretendió nunca ser Dios”, y otra de Simone Weil, la filósofa francesa que escribió que “El amor no es consuelo, es luz”. Ambas frases parecen una brújula para comprender lo que Rosalía intenta hacer con este nuevo trabajo. Encontrar en la espiritualidad una forma de rebeldía.
LUX, grabado junto a la Orquesta Sinfónica de Londres bajo la dirección de Daniel Bjarnason, contará con colaboraciones de Björk, Carminho, Estrella Morente, Silvia Pérez Cruz, Yahritza y Yves Tumor. En un tiempo donde el pop se fragmenta en tendencias efímeras, Rosalía apuesta por la densidad, por la tradición, por el misterio.
El inicio de la era LUX
Lo que debía ser la culminación del evento, una presentación en la plaza del Callao, nunca llegó a realizarse. Desde el inicio del live en TikTok, Rosalía había insinuado con una sonrisa: “Con suerte habrá un amigo mío en Callao”. Pero la expectativa creció más rápido que el propio plan.
Cuando la cantante se acercó a la zona, la multitud era ya incontrolable. Cientos de personas bloqueaban los accesos, el Nissan GT-R quedó a media Gran Vía y la policía tuvo que intervenir ante una congregación que el ayuntamiento no había previsto, según los reportes de algunos fans en la zona. El espectáculo preparado para la plaza se volvió imposible. LUX había convocado tanta luz que cegó su propia puesta en escena.
Al final de la noche, el lanzamiento no fue un espectáculo tecnológico, sino un acto de fe en la conexión humana. Desde una habitación de hotel hasta una plaza abarrotada en el corazón de Madrid, la artista construyó un puente entre lo íntimo y lo colectivo. Su live fue a la vez un autorretrato y una procesión moderna. En él, una mujer que alguna vez fue Motomami se ofrece ahora como LUX. Menos ruido, más claridad; menos velocidad, más alma. Rosalía encendió la luz.