El artista salvadoreño-estadounidense John Rivas crea desde la intersección de ser “muy gringo aquí, muy hispano allá”. En su reciente visita a El Salvador, compartió su obra en la muestra Coyote Dance, facilitó un taller en el CCESV y dejó algunas reflexiones sobre arte, identidad y comunidad.
Tuvimos una videollamada en uno de sus días de estudio. John estaba en su taller en New Jersey, donde además de crear, comparte con su hija, juega fútbol de vez en cuando y convive con sus papás. Me habló de su rutina: de lunes a miércoles trabaja en construcción, y de jueves a domingo se dedica a su familia y a su estudio. Al inicio, sus compañeros de obra lo miraban con extrañeza cuando, durante la hora de comida, sacaba sus materiales para dibujar. Con el tiempo, esos gestos se volvieron parte del día a día. Algunos incluso recuerdan haber dibujado en su infancia.
Esa idea de acercar el arte a todos, sin jerarquías ni solemnidades, es una de las banderas de Rivas. Y se hace tangible también en espacios más formales. Durante la semana de la muestra Coyote Dance en el Centro Cultural de España en San Salvador (CCESV), impartió un taller de dos días, del cual fui parte.
Junto a otres asistentes, en su mayoría estudiantes y creatives, nos llevó por formas de expresión plásticas más orgánicas, más juguetonas. Su intención fue ayudarnos a soltar la presión de crear “obras importantes” y recuperar la diversión del hacer, tocar texturas, pegar materiales, usar colores sin miedo. Fue como ver una extensión de su obra aterrizada en un par de clases. En sus creaciones, este juego se traduce en una “técnica mixta” que, aunque desbordada, logra resultados académicos para quien tenga el ojo entrenado.

La exposición Coyote Dance reunió a cinco artistas de la diáspora salvadoreña: Daisy Margarita, Denisse Griselda, Erick Benítez, Studio Lenca y al propio John Rivas. Propuso un diálogo entre identidades atravesadas por la migración propia o heredada, y se convirtió en un espacio para explorar memorias compartidas, territorios cruzados y relatos personales en constante reconstrucción. En esta visita artística, Rivas presentó cuatro pinturas, una escultura y el taller como parte de su participación.
Pocos días después del taller y exposición, volvimos a hablar. Esta vez sobre su historia, su proceso y la búsqueda de identidad dentro de su comunidad. Nacido en 1997 en New Jersey de padres salvadoreños oriundos de Sonsonate y La Unión, John forma parte de una nueva ola de artistas de la diáspora que exploran sus identidades desde la intersección. Ese lugar en el que, como dice John, uno es “muy gringo aquí, muy hispano allá”. Un limbo que, aunque a veces provoca desarraigo, también permite mirar con pausa, emoción y sorpresa aquello que lo cotidiano suele volver invisible.


Su vínculo con el arte no nació en la infancia como suele pasar con otros creativos. Durante mucho tiempo, el fútbol fue su pasión principal y su pasaporte a la universidad. Fue en la “high school” donde el dibujo apareció de forma lúdica, paralelo al deporte. En aquel momento no lo veía como una carrera, pero sí como una forma de expresión y hasta de terapia, alentado por su entrenador. Todo cambió a la hora de tomar decisiones para su futuro académico. Estudió en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York y más tarde obtuvo un máster en pintura en la Universidad de Columbia.
En 2018 tuvo su primer contacto con la escena salvadoreña a través de Omar López de Y.ES Contemporary, una plataforma que apoya a artistas salvadoreños. Aunque New Jersey es uno de los estados con mayor población salvadoreña en EE.UU., contrasta con lugares como Los Ángeles, donde la red creativa tiene más visibilidad. Por eso, muestras como “In the light that remains” (Nueva York, junio-julio de 2022, curada por Studio Lenca) significan un avance en la organización y representación artística salvadoreña en la costa este.

Volviendo a su obra, hablar de John es hacerlo desde la nostalgia y el juego. Desde esa mirada con la que recordamos los espacios de la infancia o vemos álbumes familiares. No busca evocar un lenguaje reservado a las altas esferas del arte, aunque su destreza técnica sea notable, sino abrir una puerta para quien quiera emocionarse a través de la imagen. Su materia prima es el archivo fotográfico familiar. Sus modelos son sus parientes en momentos cotidianos, ya sea en casa o de paseo. Reinterpreta estas escenas con una mirada que busca responder, también, a su identidad como “salvadoran-american”.
John resume su obra en dos palabras. Herencia y comunidad. Uno de sus recuerdos más fuertes es una conversación con su abuela. “Ustedes tienen suerte que tienen hospitales acá para dar a luz a los hijos. A tu papá lo di a luz en una roca”. Esa imagen de una mujer en el campo, pariendo sobre una piedra, dio origen a una de sus piezas. “También me hace muy feliz cuando mi familia, que no entiende mucho de arte, se ve en una pared y dice: ‘wow, aquí estoy yo’”, contó durante la videollamada. En la muestra del CCESV, vio a sus tíos haciéndose fotos frente a sus cuadros.

Esa conexión, la de verse en la obra, es parte del ejercicio de memoria que practica John, un artista que se narra desde la distancia. No hay un manual para ser artista, pero hay algo que él tiene muy claro, y es la necesidad de cuidar y establecer vínculos con sus comunidades.
Sabe que para eso se necesita tiempo, paciencia y lenguajes accesibles. Para cuando se publique este texto, seguramente estará dibujando con sus compañeros de la obra, planificando su próximo viaje a El Salvador o jugando con su hija. Y quién sabe, quizás alguna de esas memorias termine colgada en una galería en forma de pintura.