Doce años después de abrir The Good Looking Blog y convertirse en uno de los primeros salvadoreños en hablar de moda masculina en internet, Juan Diego Fiallos busca reconstruir su voz y crear una comunidad más honesta.
En diciembre de 2012, un adolescente de 17 años abría una página en WordPress llamada The Good Looking Blog. Su nombre era Juan Diego Fiallos y, aunque no lo sabía entonces, estaba por convertirse en uno de los primeros bloggers de moda masculina en El Salvador. En un país donde casi nadie hablaba de moda para hombres, y mucho menos un chico de colegio, él decidió hacerlo desde la curiosidad, desde la intuición de que algo podía decirse distinto.
Su blog nació como tarea escolar. Pero el experimento escolar se convirtió pronto en una ventana de entrada a un mundo que parecía inalcanzable. Las marcas comenzaron a escribirle. Lo invitaban a eventos, a programas de televisión, a hablar de estilo, de tendencias, de cómo encontrar un look propio. La directora del colegio le daba permiso para salir temprano, convencida de que estaba ante un alumno destinado a hacer algo grande. Y así, entre exámenes y entrevistas, el joven Fiallos empezaba a dibujar su nombre dentro de una escena que recién comenzaba a descubrirse a sí misma.
En una entrevista publicada ese año, Fiallos contaba que su interés por la moda venía de familia. Su tío, diseñador textil, lo inspiró desde niño. “Siempre lo veía muy bien vestido”, decía. “Con una combinación de traje excelente”. En esas reuniones familiares, mientras escuchaba historias sobre telas y pasarelas, Juan Diego encontraba un punto de conexión con algo que, más que apariencia, era una forma de mirar.
El origen de una escena


La escena de la moda salvadoreña entre 2011 y 2012 tenía algo de experimento colectivo. Era el momento de los blogs, de Blogger y WordPress, de los primeros fotógrafos que llevaban cámara a los desfiles y de las primeras colaboraciones entre marcas y creadores de contenido. Fue también el año de Kaleidoscopio en el Museo de Arte de El Salvador (MARTE), donde Fiallos conoció a Las Molinas (Astrid, Imelda y Nelsy), a Raquel Cañas y a María José Díaz, de Our Favorite Style. Juntos formaron la primera generación de bloggers salvadoreños que ocuparon el front row de los desfiles locales, inaugurando una nueva forma de participar en la moda. Desde la conversación digital.
No existía aún la palabra influencer. Tampoco Instagram tenía el peso que tendría después. Aquellos primeros blogs abrieron una puerta inédita para conectar a las marcas con audiencias específicas. Para crear nichos de estilo, trasladar el diálogo sobre la moda de las páginas impresas a la pantalla. Era un lenguaje nuevo que mezclaba intuición, frescura y ensayo. Fiallos lo recuerda con humor: “Me vestía como si fuera parte de One Direction”, dice. “Era mi manera de hacerme ver. El niño de los pantalones de colores”, cuenta entre risas.
Doce años después, esa escena inicial parece lejana. Pero su impulso dejó una huella. Aunque la “industria” de la moda en El Salvador (o como yo prefiero decir, la escena) sigue desarrollándose lentamente, aquella primera camada de bloggers abrió el camino para la generación actual de creadores de contenido, hoy más amplia, diversa y especializada. Los hombres y mujeres que se atrevieron a escribir, fotografiarse y opinar en 2012 fueron la base sobre la cual se construyó una nueva forma de comunicar moda y estilo.
Del ruido al silencio

Con la llegada de Instagram y Snapchat, el blog dejó de ser el centro. Juan Diego lo cerró, terminó el colegio y se tomó un año para descansar. Luego empezó a trabajar en una agencia de publicidad, después en turismo. A los 22 años se mudó a Guatemala para estudiar comunicación política. Aquello fue un punto de quiebre. “Allá no me conocía nadie”, recuerda. “Fue como empezar de cero”, cuenta.
El anonimato, sin embargo, le trajo libertad. En Guatemala se involucró en la vida social, trabajó con hoteles, marcas y salones de belleza. Aprendió de relaciones públicas, descubrió su habilidad para conectar con la gente y se acostumbró a moverse con naturalidad en espacios distintos. Pero también atravesó un periodo difícil. En 2022, dice, tocó fondo. Vivía fuera del país, desgastado por el trabajo y por sus propios excesos. “Llegué a pensar que ya no quería estar en este mundo”, confiesa. “Fue el peor año de mi vida, pero también el año en que descubrí una fuerza que no sabía que tenía”.
Durante un tiempo, Juan Diego fue una figura polémica en redes. En Twitter, donde la ironía y el sarcasmo eran parte del paisaje, se ganó fama de ser “el villano” del internet salvadoreño. Disparaba sin filtro. Se burlaba, discutía, respondía con dureza. “Aterrorizaba Twitter”, admite. Hoy reconoce que aquel impulso era el reflejo de un momento más profundo de desconexión consigo mismo. “Estaba buscando problemas”, dice. “Atacaba a la gente sin motivo”. Pero con el tiempo, y sobre todo después de tocar fondo, entendió que el perdón también debía empezar por él mismo.
La terapia lo salvó. Aprendió a poner límites, a pedir perdón, a hacer las paces consigo mismo. “Tocar fondo es algo que no le deseo a nadie”, dice. “Pero sin eso, no habría aprendido a cuidarme”, asegura.
Renacer frente al espejo
Hoy, cerca de sus treinta años, Juan Diego ha vuelto a las redes, aunque ya no habla de moda como antes. Su contenido gira alrededor del cuidado personal: hair care, skin care, bienestar. Dice que el momento de aplicarse una mascarilla o peinarse con calma es una forma de sanación. “Es una terapia”, explica. “Cuando me cuido, me reseteo”. En TikTok y en Instagram habla de productos, rituales y rutinas, pero también de aceptación, de autoestima y del derecho a presentarse ante el mundo como uno quiere.
Su mirada sobre la belleza masculina también ha cambiado. “Ahora muchos hombres me escriben en privado”, cuenta. “Me preguntan qué hago para el cabello o para las arrugas. Antes eso era impensable. Hoy hay más libertad”. En un país donde la conversación sobre estética y masculinidad sigue marcada por prejuicios, su discurso se vuelve, sin proponérselo, una forma de recordatorio de que la vanidad también puede ser un acto de cuidado.
El emprendedor

Además de su vida digital, Fiallos forma parte del negocio familiar. Dirige la comunicación de la lavandería que su padre fundó hace cinco años. Desde allí aplica lo que aprendió como creador de contenido. Estrategias, redes, fotografía, atención al detalle. “La gente cree que emprender es tener libertad”, dice. “En realidad es estar disponible todo el tiempo”. En su oficina, entre telas, detergentes y campañas, Fiallos parece haber encontrado un punto de equilibrio entre lo estético y lo real. Entre el brillo del front row y la constancia del trabajo cotidiano.
El ciclo que se cierra
Han pasado doce años desde que aquel chico de pantalones de colores se sentó al fondo de su primer desfile y soñó con estar en la primera fila. Hoy ya no busca el spotlight; busca conexión. “Me gusta pensar que sigo siendo el mismo, solo que con más calma”, dice. “Que sigo compartiendo, pero desde otro lugar”.
Cuando se le pregunta qué le diría a su yo de 2012, responde sin titubear: “Vas a caer mal, te vas a perder, pero vas a salir adelante. Llorá lo que tengas que llorar, pero vas a volver a encontrarte”. Ahora Juan Diego sonríe.






