La moda salvadoreña parece haber encontrado su zona segura. Quince años después, El Salvador Fashion Week sigue sin responder una pregunta esencial.
El Salvador Fashion Week Holidays 2025 volvió a ser, como cada año, el cierre natural de la temporada de moda local. Un encuentro que reúne a diseñadores, compradores, influencers y curiosos, en un intento siempre noble, por mantener viva una escena que se resiste a desvanecerse. Esta edición tuvo lugar en Millennium Plaza, un espacio que ofreció las condiciones necesarias, pero que también dejó ver una pregunta que flota desde hace años en el aire: ¿qué es, hoy, la moda salvadoreña?
La pasarela mostró siete nombres que forman parte esencial del ecosistema local, y que de una u otra manera han moldeado el imaginario del vestir en San Salvador. Cada uno con su lenguaje, sus obsesiones y su público. Sin embargo, detrás de los volantes, los bordados y los moños, el evento volvió a dejar la sensación de que el impulso creativo nacional atraviesa un punto de estancamiento. Las colecciones fueron correctas, pulidas, agradables. Pero faltó el sobresalto. Faltó esa intención que hace girar la cabeza y permite pensar que algo distinto está por suceder.

Andrea Ayala, una de las diseñadoras con mayor dominio técnico, amplió su paleta para incorporar negros, verdes, rojos, morados y beige a su ya reconocible universo floral. Sus moños y holanes, sello de su marca, reaparecieron una vez más en siluetas pensadas para climas frescos. El resultado fue una colección coherente con su ADN, pero sin mayores sorpresas. Andrea Ayala parece haber encontrado un terreno seguro, cómodo, donde la elegancia romántica funciona, pero ya no conmueve. Su lenguaje visual sigue siendo bello, pero empieza a sentirse demasiado familiar.
Geraldine García, por su parte, llevó una propuesta nupcial que destacó por la delicadeza en los acabados. Satines, lentejuelas, bordados y drapeados definieron un discurso de elegancia clásica, con toques artesanales que continúan siendo su fortaleza. Sin embargo, el riesgo fue mínimo. Su paleta de blancos, beiges y champán reforzó la idea de una diseñadora que entiende su mercado, pero que podría atreverse más. En un contexto regional que evoluciona hacia la experimentación, su colección reafirma la pregunta de fondo: ¿hasta qué punto la sofisticación puede seguir repitiéndose sin agotarse?

Moskem presentó quizás la propuesta más fresca del evento, y no solo por el dinamismo de su colección, sino por la decisión de co-crear junto a los alumnos de su academia de sastrería. La inspiración automovilística se tradujo en un urbanwear potente, en colores rojo, gris, blanco y azul profundo. Fue una celebración de sus 10 años de trayectoria, pero también un recordatorio de que el oficio y la técnica pueden ser puntos de partida para una nueva generación. Moskem entiende que la moda también puede ser laboratorio, un espacio de aprendizaje y riesgo.
Claudia Rodas siguió explorando sus temas recurrentes: las flores, el tiempo y la belleza. Sus estampados de mariquitas y libélulas se desplegaron sobre faldas largas, camisas de botones y tejidos ligeros. Su estética es consistente y tiene un público fiel que celebra su noción de “sofisticación asequible”. Pero justo por eso, da la sensación de estar atrapada en un bucle. En un escenario que exige evolución, su colección pareció una variación mínima de sí misma. Correcta, pero predecible.

El caso de Andrea Poma y su marca Candela es diferente. La diseñadora continúa explorando materiales y técnicas en una mezcla que intenta equilibrar el caos con la estética. Su colección tuvo momentos luminosos y otros desbordados, pero al menos propuso algo. Candela respira ese aire de juventud que todavía busca su tono final. En un contexto donde la mayoría opta por la seguridad, su impulso experimental merece ser celebrado, aunque todavía necesite madurez.
Tere Safie, con Ila, presentó una de las colecciones más sólidas del evento. Con la elegancia como punto de partida, jugó con satines, jacquards, organzas y transparencias para construir una silueta que favorece distintos cuerpos. En esta temporada decidió prescindir de estampados, reforzando la limpieza visual de su propuesta. Hay intención, hay claridad, hay oficio. Ila no inventa el hilo negro, pero lo trabaja con precisión y coherencia. Su mujer es sofisticada y segura de sí, y eso se agradece en una pasarela que a veces se inclina más por la complacencia que por la personalidad.

El cierre corrió a cargo de Mónica Arguedas, con su colección Salma. Fiel a su estilo, apostó por lo floral, los moños, los volantes y las faldas vaporosas. Todo muy Mónica Arguedas: luminoso, femenino, atemporal. Su consistencia es indiscutible, pero también lo es su previsibilidad. Arguedas domina su fórmula y su público la respalda, aunque el espectáculo se sienta cada vez más como una repetición ritual que evita cualquier sobresalto.
Más allá de las colecciones, el SVFW Holidays 2025 volvió a dejar un debate pendiente: ¿qué entendemos por “hacer moda” en El Salvador? Es evidente que hay talento, técnica y una comprensión clara del cliente, pero también una falta de visión a largo plazo. La industria local se ha conformado con producir “bonito”, sin mirar hacia la posibilidad de crear discurso, de incomodar, de generar conversación. A veces pareciera que el objetivo es mantener la maquinaria funcionando, no transformarla.
Han pasado quince años desde la primera edición del Fashion Week organizado por René Barrera. Desde entonces, la escena ha crecido en producción, pero no necesariamente en ambición. Seguimos celebrando los logros individuales, los pequeños triunfos, sin articular un ecosistema que permita sostener la creatividad con estructura. No hay suficientes tiendas, ni medios especializados, ni compradores que apuesten de forma constante. La moda nacional, en buena medida, sobrevive gracias a la voluntad de sus diseñadores, no a una industria que los respalde.

El Salvador Fashion Week debería ser un punto de inflexión, un momento para mirar hacia adelante, no solo una vitrina. Y sin embargo, cada edición se siente más como una fotografía de lo que ya conocemos. Los diseñadores han aprendido a conocer a su cliente, sí, pero la pregunta más urgente es si el cliente y el país están listos para una moda más valiente.
La escena salvadoreña no necesita más vestidos lindos. Necesita identidad, riesgo, conversación. Porque el verdadero lujo, hoy, no está en los tejidos ni en los moños, sino en la capacidad de imaginar algo distinto.






