¿Quiénes son Inflorescencia? 6 músicos salvadoreños que florecen desde un mismo tallo

Inflorescencia es una banda salvadoreña formada por seis músicos que combinan ritmos, ideas y vivencias en canciones que conectan con su audiencia. Hacen música independiente con una propuesta honesta, versátil y autogestionada.

A las nueve de la noche, cuando la ciudad empieza a desvestirse de su rutina, en una casa cualquiera de San Salvador, un puñado de jóvenes conecta cables, afina guitarras y repasan letras. En esa sala, que también es ensayo y a veces estudio, suena una forma de entender la vida. Se llaman Inflorescencia. El nombre les llegó como una epifanía, cuando entendieron que lo que estaban haciendo no era solo una banda, sino una reunión de diferencias que florecen en la misma raíz.

“Inflorescencia significa varias flores que crecen de un mismo tallo”, explica Claribel Dimas, una de las voces líderes del grupo. La metáfora, que podría parecer un gesto estético, tiene más fondo de lo que parece. En esa diversidad se apoya el sonido del grupo: seis integrantes, seis formas de mirar la música y el mundo. La banda, en su formación actual, nació en 2022, pero arrastra una historia que empezó en 2018. Hoy la integran Andrés Villalobos en la batería, Naomy Díaz en la voz y la percusión menor, Ricardo Bendeck en la guitarra y voz líder, Erick Chicas también en guitarra, Claribel en la voz, y Diego Chacón en el bajo.

Ricardo lo resume con precisión. “Nos inspiramos en El Salvador y en nosotros”, dice. Así suenan. Como la nostalgia del centro histórico un domingo sin tráfico. Como un perro aguacatero en una esquina. Como la historia de alguien que no encuentra su lugar en ningún grupo, pero igual canta. Sus letras nacen de lo que ven, de lo que les duele, de lo que los hace reír. “Color”, por ejemplo, habla de esa sensación de no pertenecer, y “La cumbia del perro”, de un personaje callejero que se volvió canción.

Cada concierto de Inflorescencia es una mezcla de ritmo, cuerpo y emociones que cambian de tono sin previo aviso. Foto:Inflorescencia / Gerson Nájera

Ricardo es quien más escribe, pero todos componen. Erick y él traen ideas en demo. A veces solo una guitarra y una voz. Lo demás nace en los ensayos, donde cada quien suma su color, su arreglo, su energía. Diego lo describe como “un proceso extendido por todos”. Andrés lo confirma: “No forzamos la creación. Las ideas surgen, se maduran y luego las grabamos cuando ya estamos convencidos de lo que queremos decir”.

En esos ensayos, la improvisación se convierte en brújula. “El estudio de Ricardo nos da libertad para experimentar”, dice Erick, y se refiere al espacio donde graban, producen, mezclan y también juegan con los efectos. Ahí encuentran una de las capas más definitorias del sonido Inflorescencia. Esa mezcla de géneros que no pide permiso. Hay funk, reggae, indie, cumbia. Todo cabe, porque todo tiene sentido cuando se escucha desde sus voces.

“Queremos representar la vida”, dice Ricardo. Y la vida, saben ellos, es caótica, alegre, melancólica, diversa. La música que hacen quiere reflejar eso. Por eso, un show suyo no es uniforme. Puede hacerte bailar con los ojos cerrados y, minutos después, ponerte a pensar en la letra de una canción que habla del desarraigo. “Hay fiesta, pero también introspección”, dice Erick. Y esa dualidad se vuelve su firma.

Un ramillete de pasión y ritmo
Además de hacer música, la banda produce, diseña y gestiona todo su proyecto desde adentro. Foto:Inflorescencia / Gerson Nájera

Podrían haberse llamado de cualquier otra manera, pero eligieron ese nombre botánico, cargado de poesía. Y no fue por azar. “Cada uno tiene sus propias influencias, pero todos pertenecemos al mismo tallo”, explica Claribel. No es solo una frase bonita. Es un pacto.

Ese pacto no se firmó en papel, sino en canciones. Y se renueva cada vez que el público canta con ellos. Ese momento, dicen todos, ha sido uno de los más memorables. Cuando tocaron “Color” en un concierto y escucharon las voces de la audiencia coreando la canción, supieron que algo estaba cambiando. “Ese día sentimos que no estábamos solos”, recuerda Erick.

Desde entonces, las canciones han ido encontrando sus propios caminos. Algunas llegan al corazón por lo que dicen. Otras, por cómo suenan. Pero siempre conectan. Claribel lo explica así: “La gente nos dice que nuestra música está hecha desde lo que sentimos. Y es verdad. No tratamos de aparentar, solo somos nosotros”.

Crear desde la autogestión

En un país como El Salvador, hacer música independiente es también un acto de resistencia. La banda lo tiene claro. Aquí hay talento, hay propuestas, pero hay pocos espacios. La burbuja es real. Y romperla cuesta. “No tenemos manager, todo lo hacemos nosotros”, dice Claribel. Lo dicen sin victimismo y aceptando el desafío. Diego se encarga de la imagen visual. Ricardo, de la producción y el mercadeo. Erick, con su experiencia en México, aporta una mirada más amplia del oficio musical. Cada uno tiene su rol. No hay jerarquías, pero sí responsabilidades compartidas.

En esa dinámica también han aprendido que la autogestión no es una moda, sino una necesidad. Y que soñar no basta. Hay que trabajar, moverse, tocar puertas. A veces, incluso, inventar las puertas. “La gente cree que decir ‘suena como de otro país’ es un halago”, comenta Erick. Y en el fondo, no lo es. Porque sigue siendo una forma de subestimar lo que se hace aquí. Por eso, insisten, su objetivo no es solo sonar bien. Es demostrar que en El Salvador hay música con calidad, con propuesta, con profesionalismo.

Toda creación se debe pensar con enfoque regional
Inflorescencia es un lugar común entre seis personas distintas que decidieron hacer canciones desde lo que son. Foto:Inflorescencia / Gerson Nájera

El disco que preparan es su próximo gran paso. Ahí concentran ahora su energía. Ya tienen canciones, ideas visuales, estrategias de lanzamiento. Y también sueños. Quieren tocarlo en Guatemala, en México, en Argentina. Las plataformas digitales les dicen que su público más numeroso está en México. Y eso, lejos de intimidarlos, los impulsa. “Queremos llegar allá, pero también tocar aquí, para nuestra gente”, dice Ricardo.

Sus escenarios soñados varían. Naomy sueña con el Luna Park. Andrés con tocar junto a Monsieur Periné. Claribel menciona a Natalia Lafourcade, Julieta Venegas y Nati Peluso. Erick lanza una bomba, “tocar con Paul McCartney”, él sabe que los sueños, si se trabajan, a veces se cumplen.

Y en medio de todo, hay una certeza que los sostiene. Están haciendo lo que aman, con la gente que quieren. Eso, dicen, es el verdadero motor. La amistad, el respeto, la armonía en el escenario. Eso no se ensaya, se construye.

“Nos gustaría que Inflorescencia fuera un referente”, dice Naomy. Y no lo dice desde la vanidad, sino desde la esperanza. “Que la gente vea que sí se hace buena música aquí. Que lo que viene de El Salvador también puede emocionar, hacer bailar, pensar, llorar”, agrega.

La banda lo tiene claro. Su música no es solo un producto, es una experiencia. Y su historia no es una excepción, es un síntoma. Algo se está moviendo en la escena musical salvadoreña. Hay más propuestas, más voces, más ganas de hacer las cosas bien.

Cuando les pregunté qué consejo les habría gustado recibir al empezar, responden cosas sencillas y sabias. No tomarse tan en serio las opiniones ajenas. No dejar morir las canciones. Hacer equipo. Soñar en grande. Y quizá eso sea lo que mejor define a Inflorescencia. Que, en un mundo que premia la prisa, ellos han aprendido a florecer a su ritmo. A ser varias flores en el mismo tallo. A cantar desde lo que sienten. Y a hacer de la música un acto de resistencia, de belleza, de verdad.

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