Javi Dayz presenta “Sweet Glam Swagadelic Pop Tart”, una explosión de color y collage

Javi Dayz transforma calles, historias y figuras en un universo visual donde el pop y lo psicodélico conviven. Su obra llega a la Galería de Lula Mena, un espacio que celebra la libertad de crear sin límites.

El primer recuerdo de Javi Dayz frente al arte no está en un museo ni en un aula, sino en la cocina de su casa. Tenía apenas dos o tres años cuando tomó una brocha y pintó un jarrón azul junto a su madre y sus hermanos. No fue un dibujo en una hoja blanca ni una tarea escolar; fue un instante compartido, doméstico y fugaz, pero lo suficientemente poderoso como para permanecer intacto en su memoria. Ese gesto inaugural, pintar sin miedo, con el asombro de un niño que descubre los colores, aún resuena en cada una de sus obras.

Su madre tenía un taller de cerámica, y cada sábado él la visitaba. Entre hornos y esmaltes, aprendió a reconocer las formas, los pigmentos, la paciencia del oficio. En la casa, los cuadros, los adornos y la fotografía aficionada de sus padres daban un marco cultural a su infancia. 

Pero más que los objetos, lo que marcó su imaginario fueron las pantallas: las caricaturas de Cartoon Network y Nickelodeon, la irreverencia de MTV en los noventa, los parques temáticos a los que viajó con su familia. El bombardeo visual de esa época lo entrenó sin que él lo supiera. Los colores chillones, las narrativas absurdas, los mundos alternativos y psicodélicos que hoy atraviesan su obra nacieron en esas horas frente al televisor.

En el colegio, nunca fue un estudiante de números. Las matemáticas lo dejaban indiferente, pero en las clases de arte se movía como pez en el agua. Tanto, que ahora es él quien imparte esas clases en el mismo lugar donde estudió: el Liceo Francés. “Enseñar es también aprender”, dice. Descubrir cómo los adolescentes se relacionan con el arte desde TikTok, los memes y la cultura digital le ha abierto otro campo de observación. En lugar de imponerles un canon rígido, los anima a traducir esos estímulos contemporáneos en personajes propios, en universos visuales que los representen.

El nombre Javi Dayz nació en 2010, cuando abrió un canal experimental en YouTube. Era un seudónimo de Twitter que terminó convirtiéndose en un alter ego. El performer que creaba contenido, dibujaba, intervenía, jugaba con la estética y con su identidad. Desde entonces, Javier Díaz y Javi Dayz conviven, cada uno con un rol distinto.

El nacimiento de Cucarasheske
Detalle de una de las piezas que formarán parte de la exposición. Líneas simples, colores vibrantes y la familiar cucaracha de su serie Cucarasheske, que vuelve a reinventarse en cada obra. Foto: Mediana.

Entre 2017 y 2018, mientras estudiaba un máster en diseño y creatividad audiovisual en Barcelona, comenzó a dibujar una figura mínima, casi un garabato. Una cucaracha estilizada, con ojos grandes, repetida hasta el infinito. No fue un hallazgo planeado, sino una concatenación de influencias. Veía Rick and Morty y se obsesionó con unos alienígenas burócratas de aspecto insectoide; al mismo tiempo repasaba Breaking Bad y el episodio “Kafkaesque” lo devolvió a la lectura de La metamorfosis. Luego viajó a Praga y visitó el museo de Kafka, con sus archiveros infinitos. Así apareció Cucarasheske. Un personaje simple en apariencia, pero cargado de simbolismo.

La cucaracha, como metáfora kafkiana, encarnaba para él la burocracia, la monotonía, la repetición absurda de la vida moderna. Colocarla en muros, reproducirla en serie, era un acto de crítica y de resistencia. “La repetición en mi obra refleja esa sociedad que convierte a las personas en fotocopias”, explica. “Call centers, regímenes autoritarios, sistemas que obligan a pensar igual”, dice el artista. Por ello, la insistencia de la imagen no es capricho, sino espejo.

Cuando regresó a San Salvador después de Barcelona, lo primero que notó fue la grisura de las calles. Quería intervenirlas. Hizo su primer paste up de Cucarasheske en el Centro Histórico, en un muro del edificio de Morris Rooftop. Estaba acompañado de Sonia Lazo y Sam Portillo, amigos y cómplices de experimentos artísticos. Varios transeúntes se detuvieron a mirar. “¡Qué bonito esto que están haciendo!”, le dijeron. Para él, ese fue un momento de revelación. El arte, pegado en una pared, podía irrumpir en la rutina de alguien y transformarla.

Entre la espontaneidad y la planificación
Javi Dayz en su estudio en Narcisa, rodeado de colores, garabatos y materiales que dan forma a su universo pop y psicodélico. Foto: Mediana.

Javi dibuja con una línea irregular, honesta, que conserva el espíritu de los trazos infantiles. A veces se deja llevar sin bocetos, como un acto de catarsis. Otras veces prepara esquemas, piensa series, imagina composiciones. Su proceso fluctúa entre la emoción inmediata y la estructura planificada. “Mi arte siempre quiere volver a ese momento de la niñez en el que dibujás sin miedo”, dice.

En esa tensión vive también su nueva obra. Desde hace algunos meses ocupa un estudio en Narcisa, un espacio de creación compartido con otros artistas. Allí pasó semanas trabajando sin parar, soltando trazos sobre papel, repitiendo paste ups, hasta que llegó el momento de preparar su exposición más ambiciosa: “Sweet Glam Swagadelic Pop Tart”, en la Galería de Arte de Lula Mena.

La explosión pop de Sweet Glam Swagadelic Pop Tart
Detalle de uno de los collages de Javi, donde recortes, texturas y colores se superponen creando composiciones que dialogan con su universo urbano y psicodélico, reflejando su forma única de reinventar lo cotidiano. Foto: Mediana.

Si hubiera que explicarle a un niño de qué se trata esta muestra, Javi la describe como “la explosión de un cómic”. Aquí los lienzos parecen estallar de color, con fragmentos de dibujos, collages y símbolos que conviven en un caos vibrante.

A diferencia de Cucarasheske, centrado en la repetición, esta exposición incluye nuevas líneas de experimentación. Collages espaciales, fragmentos que se pegan uno al lado de otro sin relación aparente, hasta que la mirada del espectador descubre narrativas escondidas. “Ahí entra lo místico, porque yo no lo planeo, simplemente se va desenvolviendo solo”, cuenta.

Las piezas dialogan con caricaturas, videojuegos, cartas del tarot, pirámides, símbolos psicodélicos. La paleta es engañosamente dulce. Colores pastel, tonos “lindos” que contrastan con un trazo punk, irreverente, casi agresivo. Javi busca que la gente se acerque, se deje seducir por lo estético, y luego descubra que debajo de lo “bonito” hay mensajes ocultos, múltiples capas de interpretación.

En total, entre diez y quince piezas conforman la muestra. La mayoría son lienzos en acrílico, con apoyo de marcadores Posca para las líneas. Algunas son digitales, otras estarán disponibles también en versión impresa. Además, habrá visuales experimentales inspirados en las obras, para darles movimiento y expandirlas al terreno audiovisual.

La muestra se arma como un diálogo entre lo que Javi ya ha hecho en la calle, en espacios alternativos como La Colmena, o incluso en el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). Pero esta vez, en Lula Mena, se acerca más al pop art. Colores brillantes, saturaciones, influencias de Warhol y Keith Haring.

Entre la calle y la galería
Bocetos de las nuevas piezas que Javi presenta en Lula Mena. Cada trazo anticipa la mezcla de irreverencia urbana y psicodelia que caracteriza su universo visual. Foto: Mediana.

Montar una exposición en El Salvador es un acto de fe. “Es una apuesta loca”, reconoce. No siempre hay retorno económico, pero hay una necesidad vital que lo impulsa a hacerlo. Por eso pinta con obsesión, incluso en vacaciones, incluso cuando el cansancio pesa.

Aunque disfruta el contacto con el público en una galería, también valora la libertad del anonimato en la calle. Allí, no tiene que explicar nada. Deja un paste up, se va, y la pieza queda a merced de la ciudad. La obra habla sola, se desgasta, se borra, se transforma. En cambio, en un espacio expositivo, debe estar presente, responder preguntas, hacer relaciones públicas. Ambos escenarios lo nutren, cada uno a su manera.

El arte como catarsis
El escritorio de Javi es un caos creativo. Hay pinceles usados, pinturas abiertas y objetos cotidianos que conviven con cuadernos llenos de ideas que han dado forma a su exposición. Foto: Mediana.

Más allá de estilos, formatos o escenarios, su arte es una necesidad. “Siento mucho”, confiesa. Dibujar es su manera de procesar emociones, de sobrevivir a un momento histórico convulso. Una válvula de escape que lo mantiene en equilibrio.

Por eso no se obsesiona con el futuro. No planifica dónde estará su obra en cinco años, aunque se ilusiona con la posibilidad de mostrarla en ciudades como Barcelona o Ciudad de México. Su brújula es más simple. Seguir creando, dejar que el arte lo lleve.

En paralelo, su trabajo como docente ha sido un terreno inesperado de inspiración. En el Liceo Francés y en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera, observa cómo los jóvenes consumen arte a través de pantallas, cómo reinterpretan la cultura digital, los memes y el “Brainriot” de TikTok. De ahí han surgido ideas que él mismo ha incorporado en su obra, como los collages experimentales que ahora forman parte de su exposición. Enseñar, en su caso, no significa dictar cátedra, sino abrir un diálogo generacional.

El último garabato
Entre pinturas, pinceles y bocetos, Javi posa en su residencia artística en Narcisa, donde transforma su estimulos en piezas que luego cobrarán vida en la Galería de Lula Mena. Foto: Mediana.

Javi Dayz vive entre la espontaneidad y la estructura, entre la calle y la galería, entre la dulzura pop y el gesto punk. Sus obras son explosiones de color que ocultan críticas a la burocracia y a la repetición social. Son juegos visuales que recuerdan a los dibujos de un niño, pero que cargan con la densidad de Kafka y la estética del MTV de los noventa.

Al preguntarle qué le gustaría que se dijera de él cuando ya no esté, responde sin rodeos: “Que se divirtió… ¡y qué loco todo!”. Esa frase resume su filosofía. El arte como juego, como catarsis, como exceso. Su nueva exposición en Lula Mena es la prueba más clara de esa visión. Un estallido glam, swagadelic y pop, que busca provocar y sorprender, pero sobre todo, divertir.

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