De Lima a Madrid en un bocado, así es el circuito gastronómico de Las Ramblas

Cinco restaurantes dan vida a la ruta gastronómica de Las Ramblas en Santa Tecla. En pocos pasos se pasa del ceviche peruano a las tapas españolas, de pizzas fermentadas con paciencia a postres que marcan identidad. Un corredor donde cada mesa invita a viajar sin salir de la ciudad.

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Las Ramblas es un corredor donde los sentidos despiertan. El aire huele a pan dorándose en el horno, a café recién molido, a hierbas que se funden con la mantequilla caliente. En medio del bullicio urbano, cada local ofrece un respiro distinto. Ofrece la promesa de un sabor que lleva consigo una historia, un origen, un oficio.



El circuito gastronómico de Las Ramblas es una invitación a viajar sin necesidad de salir de la ciudad. En pocos pasos, el visitante puede pasar de la calidez de una panadería francesa a la intensidad de una cocina peruana; de las tapas españolas a una pizza que fermenta durante tres días para alcanzar su punto perfecto. Cada restaurante tiene su propio universo, pero todos comparten una idea: aquí la comida no es un trámite, sino una experiencia.

La paciencia de la masa en Popolare
Una mesa que celebra la paciencia de la masa. La pizza funghetto al estilo romano y la strachonne al taglio, acompañadas de cerveza, cuentan la historia de un panadero que entiende que el sabor nace del tiempo. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

Al entrar a Popolare, el aroma es distinto. Huele a harina, a fuego de horno, a fermentación que lleva días madurando. Giovanni Martínez, su chef ejecutivo, habla de la masa como si fuera un hijo: “hacer una masa es un tipo de paternidad, porque tienes que darle todo lo adecuado para que crezca bien”, dice. En este lugar, la pizza no es solo un círculo cubierto de ingredientes, es el resultado de un proceso que empieza tres días antes, con un amasado cuidadoso y largas horas de espera.

Giovanni insiste en que lo esencial no está arriba, sino abajo. “Para nosotros, lo más importante no es lo que le pongo encima, sino lo que está abajo, la masa, porque es lo que conduce todo”. Esa obsesión se nota en cada bocado. La base es ligera, aireada, con esa textura que cruje apenas al morder, pero se mantiene suave al centro. De ahí nacen pizzas y pastas que no buscan atajos. “Somos una marca apasionada por lo que hacemos”, remata el chef, y uno lo siente en ese Pull-Out Cheese Bread que nació casi de un accidente, cuando aprovecharon masas que habían pasado su tiempo de fermentación y las convirtieron en un pan relleno de quesos que hoy es la entrada más celebrada del menú.

Comer en Popolare es entender la lección de la paciencia. Los sabores se construyen con tiempo, sin prisa, con la seguridad de que lo que tarda, vale.


Le Croissant: nostalgia en cada bocado
Entre el frescor de la ensalada de quinoa, un sándwich de pollo y pesto y un humus listo para compartir, Le Croissant evoca la nostalgia de lo cotidiano con un aire francés y contemporáneo. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

A unos pasos, la experiencia cambia de tono. Le Croissant nació como panadería, pero con los años fue creciendo hasta convertirse en un restaurante donde desayunos, almuerzos y postres encuentran su lugar. Beatriz Tobar, su chef ejecutiva, asegura que la cocina que construyen busca evocar algo más que saciedad. “Tratamos de transmitir nostalgia, a través de un plato bien elaborado con productos frescos y de la mejor calidad”, asegura.

El menú es amplio. Desde un clásico omelette hasta un pollo con hongos que ha conquistado a los habituales. Sin embargo, la estrella son los desayunos, asegura Beatriz. Esa primera comida del día aquí tiene algo especial. Entre la terraza abierta y las butacas cómodas, el visitante puede decidir si quedarse bajo techo o dejarse acompañar por el aire libre.

El ambiente en Le Croissant invita a quedarse, a leer, a conversar, a tomar café lentamente. Los platos tienen un aire familiar, pero siempre con un giro. Tostadas francesas que saben al París de las películas, sándwiches que recuerdan la infancia, postres que devuelven la sensación de estar en casa. El restaurante funciona como un puente entre lo conocido y lo nuevo, entre lo simple y lo elaborado.


Filemón: herencia española en la mesa
El mar y la tierra se encuentran en un plato de carne y camarones, rodeados de una paella que invita a compartir. En Filemón, la mesa es el verdadero escenario, siempre llena de manos que se cruzan y sabores que se reparten. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

El recorrido nos lleva luego hasta Filemón, un restaurante que guarda en su nombre la memoria de un tatarabuelo español que emigró a Guatemala en tiempos de guerra. Rosario Soler, gerente de operaciones, explica: “todas las recetas son un poco de lo que el dueño recuerda desde niño que comían y hacían en casa”.

La cocina aquí tiene un sello claro. Los sabores de España trasladados a una mesa salvadoreña. El socarrat, esa paella con la capa de arroz crocante en el fondo, es quizá el plato que mejor resume la propuesta. Cocido primero en fogón y luego al horno, el arroz concentra los jugos y se convierte en un bocado crujiente y profundo.

La experiencia no termina en los platos. Filemón se vive como un espacio para compartir. Rosario lo dice con entusiasmo, “la idea es compartir la mesa, que se vea colorida y bien servida”. En las noches de tablao, el restaurante se transforma en una fiesta. Hay vino, tapas, flamenco improvisado, gente que come y celebra. En esos momentos, Filemón se parece a una esquina madrileña trasladada a Santa Tecla, dice Rosario.

A lo peruano: frescura del mar
Un ceviche clásico servido con la frescura intacta del mar. Texturas firmes, acidez vibrante y un sabor que transporta a la costa limeña desde la primera cucharada. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

De España pasamos a Perú. A lo peruano es, en palabras de su fundador Juan José Rodríguez, “un pedacito del Perú en El Salvador”. La carta está marcada por el mar. Hay ceviches, causas, tiraditos. Juan José recuerda haber crecido en la costa de Lima, donde los pescadores preparaban pescado con limón y cebolla recién salidos del agua. Ese origen explica por qué aquí el ceviche se siente distinto. El ceviche peruano es fresco, rápido, ligero.

El propietario lo cuenta con orgullo, “muchas veces me han dicho: desde que probé tu ceviche ya no me gusta otro”. La clave está en los insumos, muchos de ellos importados de Perú, y en una técnica que no concede concesiones. El limón cuece el pescado en minutos, preservando la frescura. A lo peruano también educa al paladar sobre lo que significa la autenticidad.

El lugar funciona como espacio cultural. Con decoraciones que evocan Machu Picchu y la música andina de fondo, entrar es como cruzar una frontera invisible. Para Juan José, la cocina es un puente entre sus dos patrias: “salgo de la puerta y estoy en mi otro amor, que es El Salvador”, dice, con la confianza de quien cocina con gratitud.

Graciela: sabores de viaje
Colores que iluminan la mesa en una tuna salad vibrante, cocteles brillantes y postres sutiles. Graciela envuelve al comensal en un ambiente de viajes y contrastes, entre mosaicos, plantas colgantes y sabores que se cruzan sin pedir permiso. Foto: C.H. Thomas / Mediana.

El circuito cierra con Graciela, un restaurante que se presenta como una mujer joven, elegante, viajera. Rosario Soler, también responsable de esta marca, explica que cada plato es resultado de esos viajes imaginarios. “Ustedes encuentran que el menú de Graciela es un menú muy variado, internacional, desde Ciudad de México hasta Ámsterdam”, admite.

Aquí se sirven los tres tiempos de comida, pero el brunch es la estrella. French toast, panqueques, opciones saludables, cócteles para acompañar. El ambiente es femenino, parisino, con una decoración que invita a tomarse el tiempo. Entre las especialidades, los beignets se han convertido en un sello. “Es un postre de Nueva Orleans que nos caracteriza mucho, es adictivo”, confiesa Rosario.

Lo que busca Graciela no es solo alimentar, sino transportar. Un bocado puede llevar al comensal a otra ciudad, a otro ritmo de vida. Y, al mismo tiempo, funciona como un punto de encuentro. Rosario cuenta que aquí ha encontrado amistades sinceras, forjadas entre mesa y mesa, en la cotidianidad de un restaurante que se siente cercano.

Una ruta con sabor propio

El recorrido gastronómico de Las Ramblas es, en el fondo, un mosaico de historias. Cada restaurante guarda un origen. La paciencia de la masa en Popolare, la nostalgia en Le Croissant, la herencia en Filemón, la frescura en A lo peruano, los viajes en Graciela.

Caminar entre ellos es entrar en contacto con cocineros que entienden la comida como lenguaje, como memoria y como oficio. Lo que une a estos lugares no es un estilo ni una tendencia, sino la convicción de que comer bien es una experiencia cultural.

Quien se sienta en estas mesas no solo encuentra platos preparados con técnica. Encuentra también un relato. La historia de una familia española, la pasión de un panadero, la añoranza de una costa limeña, la curiosidad de una viajera, la tradición de un desayuno. Eso es lo que hace especial a Las Ramblas. No es solo un destino gastronómico, sino un punto de encuentro entre culturas, sabores y memorias.

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