Lee Eye no rapea para gustar, lo hace para no rendirse. Dueña de su estética y su voz, la artista colombiana llegará a San Salvador en junio. Hablamos con ella sobre su caos creativo, su libertad y lo que significa sanar haciendo música.
Bogotá es muchas cosas. A veces parece un bloque de concreto frío, una ciudad gótica latinoamericana donde todo pasa demasiado rápido y la gente tiene mil cosas en la cabeza. Pero para Lee Eye, esa ciudad también fue su escuela emocional, su espejo más duro y su campo de entrenamiento. “Te genera desconfianza”, me dijo con la voz calmada pero segura. “Tanto gris, tanto trabajo, tantas vueltas… a veces te hace sentir que estás sola”.
Valeria Castro fue su nombre de nacimiento. Nació en Bogotá, en 1998, bajo el signo Leo. Y hay algo en esa coincidencia astral que parece tener sentido. Su fuego, su independencia, esa necesidad profunda de dejarse ver sin filtros, de brillar desde la verdad. “Mi nombre ya no me representa”, dijo, como si lo hubiera dejado atrás junto con una piel que ya no le calzaba. Ahora es Lee Eye. Una identidad nueva, elegida, feroz y sensible al mismo tiempo. El alias también es una armadura.
Estamos hablando a través de una pantalla. Ella se ve como se escucha: libre, sin moldes, medio punk, medio mística. Me habla desde otro lugar, otra ciudad, pero lleva Bogotá encima como un tatuaje: con orgullo y con contradicción. “Al principio pensaba: ‘¿será que por ser Rola no tengo flow?’”, dice, “pero me di cuenta que eso también me hace como soy. Bogotá me influyó a nivel punk. Es muy ciudad gótica, y aprendí a quererla así”.
"Uno alza la voz, uno se defiende, tú gritas al mundo lo que sientes y no pides perdón ni permiso por ello", Lee Eye.
La misma fluidez con la que habla es la que lleva en el cuerpo cuando se viste. No tiene un estilo fijo. Un día puede parecer salida de una rave cyberpunk y al otro estar vestida como hippie del 72. “Soy de todo al mismo tiempo. Nunca he podido encerrarme en una sola vestimenta ni estilo. Siempre estoy probando cosas”. Le gusta el grunge, el Y2K, la moda kitsch. “Amo Kim Possible, su ropa me ayudó a expresarme mucho”. Se ríe, pero no es un chiste. Todo en ella parece una mezcla precisa de referencias, gustos intensos y una necesidad de escapar del molde.
Durante un tiempo, la vestían otros. “Recibía ayuda de gente que me decía ‘yo te hago el styling’… pero al final terminaba siendo cero yo”. Eso ya no pasa. Ahora, cada video, cada presentación, cada outfit es suyo. “Dije: esto no va a pasar más”. Mientras otros artistas se ven absorbidos por equipos de imagen, ella se ha hecho dueña del espejo. “Tengo mis momentos de paz y de no hacer nada, y he decidido dedicar esos momentos a verme como yo quiero”.
Hablamos de sus canciones, y no duda: Ki es la que mejor la representa. “Mucha gente me dice que estoy loca, que soy mala, que respondo feo”, cuenta, “pero no es eso. Es que uno alza la voz, uno se defiende, y no pide perdón ni permiso por ello”. En Ki está su criterio, su fuerza. “Esa canción es muy pura, muy real. Es como una premonición”.

La música que hace no se queda en un solo género. Mezcla rap, R&B, Jersey Club, latín core. Está explorando el hyperpop, el drum and bass, incluso la cumbia. Produce sus propias pistas y canta encima. “Desde que tomé las riendas de mi producción, siento que puedo hacer lo que quiera”. En su voz hay orgullo, pero también una especie de alivio: ahora que hace lo que quiere, ya no tiene que explicarse tanto.
La historia musical de Lee Eye no comenzó en grande. Fue poco a poco, como florecen las cosas que se hacen con el corazón en la mano. En noviembre de 2017, subió su primera canción a YouTube. Se llamaba Love Vibes, y era una declaración suave, casi íntima, de alguien que recién se asomaba al mundo con ganas de contarlo todo. Luego vino Amethyst, su primer EP, lanzado en 2018. Cinco canciones fueron suficientes para armar una base de seguidores que la sintieron suya desde el primer verso. Desde entonces, la han visto crecer, transformarse, defender su voz, equivocarse y volver a empezar. Pero nunca callarse.
Cuando se bloquea creativamente, no se obliga. Se da tiempo. “Me pone triste al principio, pero dejo que ese sentimiento se asiente. Y después puedo escribir”. A veces basta con un loop, un sample, algo simple que la lleve a hacer una canción entera. “Me gusta darle espacio a sentirme mal… o bien… y escribir desde una versión mía menos herida”.

A Lee Eye no le interesa el show vacío. Su relación con sus fans es orgánica. “Ellos saben que yo soy muy así. No me gusta fingir”. Lo que busca no es que la imiten, sino que transformen sus propios dolores con su música. “Aunque no sientan lo mismo que yo sentí cuando escribí, espero que puedan convertir eso en algo bonito”.
De todas las artistas que admira, hay dos que le conmueven especialmente. Little Simz, por su peso musical y narrativo, y María Daniela y su Sonido Lasser, por incomprendida. “La gente nunca entendió lo que realmente quiso hacer. Los pocos que sí, ahora son súper fans. A mí me hubiera encantado tener una referencia como ella cuando tenía 15 años”.
Cuando le pregunto por su visita a El Salvador, se ríe y me cuenta una historia. “Hace poco un salvadoreño me rompió el corazón. Era colombo-salvadoreño, muy callejero. Me gustó esa vibra”. Nunca había conocido a un salvadoreño, y justo ahora viene a San Salvador. “¿Es esto una señal?”, dice, y se le escapa otra risa. “Creo que allá voy a sanar muchas cosas. Va a ser la reivindicación de los salvadoreños”. El destino, parece, también sabe de justicia poética.
"Espero que aunque no sientan lo mismo que yo sentí cuando escribí estas canciones, puedan transformar ese dolor en algo bonito", Lee Eye.
Se imagina el futuro en una finca. Con caballos, gatos, perros. Haciendo música en paz. “De pronto sin estar tan abrumada. Porque abruma un montón estar creciendo”. Se sueña como “la señora de las lomas”, cantando sobre cosas menos dolorosas, menos rabiosas. “Ya no quiero sentir más rabia ni rencor. Quiero descansar. Disfrutar”.
Quizá eso es lo que la define. Que mientras el mundo la empuja a encajar, ella se desborda. Mientras otros buscan agradar, ella se busca a sí misma. No hace música para volverse viral. La hace para sanar, para decir su verdad, para ponerle ritmo a lo que muchas no se atreven a nombrar.
Y si algo queda claro después de escucharla, es que no le interesa pedir perdón por ser como es. Nunca más.